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Contraluz / CUADROS URBANOS

Ma. del Carmen Maqueo Garza

En lo relativo a escuelas y universidades, pretendemos medir la capacidad del estudiante conforme al prestigio de la institución en la cual estudia. Indiscutiblemente que hay cierta relación, pero no absoluta, y lo mismo sucede con las ciudades y sus enseñanzas.

En la primera mitad del siglo veinte la Ciudad Luz sería el máximo punto a donde convergerían pintores, escritores e intelectuales. Allá irían a prepararse nuestros médicos , como mis maestros Fernando Arauz y Alberto Arratia de la cátedra de Propedéutica. Tomábamos su clase en el vestíbulo del primer piso del entonces Hospital Ejidal de Torreón, y a tal grado nos capturaban sus enseñanzas, que yo no recuerdo momento de distracción alguno. La mitad del grupo se instalaba en improvisadas butacas, y la otra mitad en el suelo; sin que aquello diezmara nuestra atención.

Volviendo a las ciudades, considero que en cualquier lugar podemos adquirir grandes enseñanzas con sólo percibir lo que sucede en derredor. En lo personal he ido ahijando personajes que surgen de la nada; observarlos me cautiva, cómo harían mis maestros de Propedéutica cuando nos transmitían su pasión porque aprendiéramos los ruidos cardíacos, o la diferencia entre signo y síntoma.

Hay una mujercita a la que he dado por llamar la Güera, dado el color de su cabello, mismo que lleva recogido siempre; deambula por las calles del primer cuadro, llevando sus treinta años a cuestas. Viste ropa de color oscuro, siempre limpia; ocasionalmente se adorna con algún accesorio llamativo en la cabeza, o adosado a su vestimenta. La veo siempre sola, llevando a cabo actividades muy diversas; en ocasiones carga bolsas de polietileno voluminosas mas no pesadas, como si contuvieran papel periódico apeñuscado. En otra oportunidad la observé a lo largo de toda una cuadra llevando una muñeca Barbie en su mano izquierda. La posicionaba a la altura de su propia cara, y le hablaba constantemente, como si compartiera con ella las impresiones del camino.

Vivimos en un mundo de apariencias, y todo lo que se salga de los cánones que un consenso anónimo ha establecido que son los adecuados, es visto con recelo y desconfianza. Nos cuesta romper clichés y ser auténticos, muy por encima de los patrones que otros han determinado que debamos seguir. La Güera es para mí un ejemplo de autenticidad; ella vive su realidad personal con toda libertad; se moviliza dentro del mundo convencional como rodeada por una enorme esfera que la protege de los prejuicios y roles sociales. Son de los personajes que habitualmente juzgamos, o hasta evitamos, pero cuya verdad personal es toda una cátedra para el espíritu.

Otro montón de lecciones con respecto a la voluntad para vivir, he encontrado en la sala de espera del Programa de Diálisis, en el hospital del IMSS. A diario he de permanecer por un rato próxima a dicha sala, y no dejo de maravillarme con aquellos testimonios de amor a la vida. Los pacientes que van, las primeras veces deambulando, tiempo después en silla de ruedas, y finalmente en camilla, a recibir su hemodiálisis; acatan aquel dicho de la Madre Teresa, ?como puedas, pero no dejes de avanzar?. Esperan un rato, en situaciones que se antojan poco cómodas, pero en sus rostros hay dulzura y paciencia por encima de cualquier otra cosa. Aquella pequeña antesala, es un recinto sagrado que enseña ejemplos sobrehumanos de amor y lealtad familiar. Se han hecho grandes ligas de amistad y apoyo entre los acompañantes de unos y otros pacientes, quienes comparten una tarea común.

Y así podría seguir enumerando un cúmulo de percepciones que la ciudad nos ofrece, muy independientemente de su tamaño, o presencia en el mundo. Las calles, los cruceros, los parques y los centros comerciales, son lugares en donde la vida se desborda en testimonios, y el espíritu humano nos obsequia grandes lecciones.

¡Cuánto bien haría a nuestros niños y jóvenes, durante estas vacaciones, apagar por un rato el televisor, el videojuego, o el sistema de sonido electrónico, para conectarse por un breve tiempo con la vida! Salir de su propio encierro, atisbar, oler, escuchar, relacionarse con el resto del mundo, vencer uno de los grandes males del presente milenio, el aislamiento. Nuestros niños en el fondo se hallan muy solos en medio de un alud de estímulos electrónicos; les resulta más sencillo desarmar una computadora y volverla a armar, que hacer cosas tan simples como saludar, sonreír, o mostrar interés por otros. Como si el temor de ponerse en situación de vulnerabilidad frente a los demás los paralizara.

París hace cien años; hoy en día tu ciudad, tus calles, tu gente... para aprender lo mejor de la vida.

maqueo33ahoo.com.mx

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