Reza el dicho, y con sobrada razón, que como México no hay dos. En mi caso particular, por ambas ramas, traigo la mexicanidad corriendo por mis venas, y no me imagino siendo antillana, chipriota, o tibetana.
Gozo mi país en el día a día, desde que amanece y puedo respirar un aire fresco, hasta que la noche cae, y no hay una nube tóxica que me vele la vista de unas lunas bellísimas. Gozo andar por la calle, la vista de niños, jóvenes y viejos, y voy guardando imágenes en un archivo mental tan grande como los de Casasola. Estos momentos de inspiración los llama mi joven maestro Miguel Gaona, ?epifanías?; yo no dejo de llamarlos arrebatos mágicos.
Bien, éste es el México que no cambio por nada, aunque la otra faceta, la de la impunidad y las prebendas a grupos de poder; la faceta de un cuerpo de gobierno que vive los lujos y excesos que ningún otro país se receta, cuando hay niños que han de beber agua de los charcos para subsistir, es el México que duele, el que quisiera arrancar como un miembro putrefacto, soterrarlo, y borrar de mi memoria que jamás existió.
De alguna manera amanecí filosófica este día, todavía es efecto de estas mañanitas frescas de abril que avivan los sentidos desde temprano. Sin embargo hay que aclarar varios puntos, primeramente el título de la presente colaboración. Va la explicación de los jamones:
Hace un par de días se agotó en casa el jamón. Encontrando engorroso ir a la tienda de autoservicio para comprarlo a granel, como habitualmente hago, acudí a un expendio rápido, adquirí un paquete de conocida marca, y salí más que feliz de haberme ahorrado la vuelta...
Las complicaciones vinieron cuando llegué a casa e intenté abrir el paquete. En ese momento reparé que no era la primera vez que me topaba con semejante situación; no existía un modo de abrirlo sin dañar su contenido. Finalmente me llegó la inspiración quirúrgica, efectué un corte de extremo a extremo del paquete, y pude obtener una rebanada, aunque en pedazos. La resistencia del plástico me llevó a imprimir tal fuerza al corte, que hice lo mismo con las primeras tres rebanadas.
Afortunadamente el objetivo del jamón era adornar una ensalada, por lo que no apuró mucho que lo hubiera hecho fricasé. Pero cuando mi hijo intentó tomar una rebanada completa para hacerse un emparedado, me cuestionó con la seriedad que el caso ameritaba, por qué las rebanadas salían incompletas.
Ello me hizo reflexionar que algo semejante pasa con los paquetes de salchichas, o algunos quesos; al abrirlos y dejar piezas del producto expuestas en el refrigerador, su aspecto y consistencia cambian. Entonces recordé, que hasta hace unos años, era toda una odisea abrir una caja de hojuelas de maíz de producción nacional, sin desbaratar caja y bolsa de papel encerado. Viviendo en frontera, no pocas veces me pregunté la razón por la cual, el mismo producto, en versión norteamericana, era tan sencillo de abrir, sin llegar a la tragedia de ver la mitad del contenido volcado sobre la mesa.
Algo falla con nuestros empaques; algo falla con el control de calidad de muchos productos. Recientemente compré la llavecita de plástico para un dispensador de agua, de aquéllos de cerámica sobre los cuales se invierte el garrafón, y se vacía a través de la llave. Para mi mala suerte lo hice por la noche, y a la mañana siguiente hube de armarme de paciencia y mucho trabajo para desalojar los diecinueve litros de agua del piso de la cocina. El empaque no sellaba, así de sencillo.
Explicada la parte de los jamones, procedo al asunto de las sillas. Otro de los aspectos en los que nuestro país se sirve con la cuchara grande, es en comunicación masiva. El asunto de la silla vacía para el debate de los candidatos, y sus repercusiones en el voto blando , en el contexto de una campaña a todas luces sucia y poco sustentable, ya cansa. Y más fastidia saber que en cuatro meses se han emitido algo así como cincuenta mil spots televisivos por parte de PRI, PAN y PRD. Nuevamente algo hierve en mi interior, al imaginar a cuánto asciende el costo de los mismos, cuando falta tanto en seguridad pública; salud; educación, y asistencia a poblaciones marginales.
Vaya desde esta modesta columna un llamado a los productores de embutidos; yo les aseguro que el que haga innovaciones, gana. Lo mismo versa para los de las sillas, digo yo...
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