La vida avanza como un continuo inacabable; el ser humano va cumpliendo etapas, cerrando círculos. Deja atrás puertas que se cierran para no volver a abrirse más que con los ojos de la memoria.
En esta semana llegan a feliz término estudiantes que conforman parte de mi mundo personal. Desde el otro lado del Atlántico, mi fino amigo Limberg termina sus estudios teológicos de postgrado, luego de una estancia de tres años en Roma. En el hospital los médicos internos de pregrado concluyen su año de adiestramiento tutelar, para estrenarse como profesionales autónomos, en su servicio social. Finalmente, veo con enorme gozo a mis dos hijos llegar al término de su enseñanza secundaria.
Se conjugan entonces, una serie de reflexiones con una cohorte de sentimientos muy particulares. Puedo decir que de mi amigo Limberg ha aprendido la importancia que tiene el firme propósito de superarse día con día, aprovechando las oportunidades que se van presentando. Lanzarse sin mirar atrás a donde la vida nos lleve; conseguir el dominio de una lengua extranjera; aplicarse en el estudio a profundidad, pero sobre todo, hacerlo con una actitud positiva y alegre.
De los internos de pregrado he tomado la enseñanza de sortear todo tipo de obstáculos para cumplir con un objetivo académico. Los he visto ?con un dejo de nostalgia- desvelarse, como lo hice yo en mi momento; los observé exhortando con su actitud a los médicos para revisar temas que serán de vital importancia en su quehacer profesional. Pero, sobre todo, los he visto actuar como hermanos; dejando de lado las diferencias personales, unificados por una causa común.
Ahora bien, de mis hijos he sido atenta alumna a partir del día en que llegaron a este mundo, o inclusive antes, cuando mi hijo desde el seno materno, hubo de vencer elementos que pusieron en grave riesgo su vida. Ahora los veo a ambos, y no entiendo en qué momento pasaron los años; me parece tan cercano el día en que los dejé por primera vez en otras manos para su cuidado y adiestramiento. De una y el otro he recibido grandes lecciones de vida; de mi hija Eréndira he aprendido hasta donde es capaz de amar un ser humano, de perdonar sin rencores; de no llevar cargas emocionales en la mochila de viaje. De mi hijo Amaury he aprendido lo que es vivir una vida con propósito, bien administrada; lo que representa invertir tiempo y dedicación, por lograr la meta propuesta. Ambos han sido mis grandes maestros de los pequeños momentos.
Desde este lado de la cima, cuando comienzo a caminar la última etapa de mi quehacer laboral dentro de una institución, vayan unas sugerencias para aquéllos que apenas han de tomar la porción más empinada de la ruta:
El mejor momento es el hoy; el mejor lugar es éste. Sobre tus hombros llevas la agenda de tu propio destino.
Vive como si hoy fuera el último día de tu existencia, hazlo con la capacidad de asombro de un niño pequeño, y goza.
No tengas temor de preguntar. El emporio industrial japonés tiene como piedra angular la costumbre de preguntar una y otra vez, hasta entender cada detalle.
Siempre vamos a enfrentar obstáculos en el camino; no te desanimes. Cuando logramos superarlos nos volvemos más fuertes.
La vida es una sola; para cada cual hay momentos felices y otros de tristeza. Del tenor de tu corazón depende que te ancles a uno u otro sentimiento.
Antes de poner los ojos en el jardín de enfrente, estudia una a una las flores del tuyo; te aseguro que luego de hacerlo a detalle, no mirarás más allá.
La palabra puede ser utilizada como herramienta, o empuñada como arma. Puede convertirse en ecos ociosos, o inscribirse en piedra para la posteridad. Tu corazón decide.
Rodéate de personas serenas; aprende con su ejemplo. Rodéate de quienes llevan a cabo su quehacer con alegría, ellos andan la senda de la sabiduría.
La vida en este momento te da el regalo más valioso, el tiempo. No lo dejes escapar sin haber construido con él tu mejor obra.
Vive como quieras vivir, pero hazlo sin dañar a otros. Ten fe en lograr tus propósitos, y fortaleza para no cejar. Busca un oficio que te permita vivir una vida buena, pero ?sobre todo- aprende el fino arte de ser feliz, siempre feliz.
No olvides contar tus bendiciones al despuntar el sol, y volver a hacerlo cuando el ocaso se rinde en su lecho escarlata, con la promesa cierta de un nuevo día.
maqueo33@yahoo.com.mx