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Contraluz / DULCE COMPAÑÍA

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Pasta de Conchos: Mina Ocho: ¡cuán profundo llega a ser el dolor humano!

Desde sus comienzos, la vida es un milagro inextricable. A partir del momento cuando el corazón en formación emite sus primeros latidos, hasta que termina, la existencia es un viaje sobre el filo de la navaja, lo que tantas veces se nos olvida.

Son tragedias como la de la Mina Ocho, en la cual sesenta y cinco mineros quedaron atrapados bajo tierra, las que nos cimbran a todos. Tan simple: tener en este momento la capacidad de meter aire a nuestros pulmones, es un verdadero milagro.

Sería difícil pretender disecar el dolor humano en el laboratorio; medir su intensidad de acuerdo al individuo que lo sufre, o al motivo que lo desencadena. En este caso los medios de comunicación han permitido que los ajenos lleguemos a la boca de la mina, en torno a la cual mil pares de ojos esperaban ver salir a la figura del amado padre, hijo, esposo, o hermano. El rictus de dolor de estas personas denota un sufrimiento como pocos; la firme convicción inicial, pasó a ser a una esperanza que parecía diluirse. Vino luego un período de encono, de reclamos, e impotencia... Ninguna explicación fue satisfactoria; si las autoridades y empresarios hablaron en todo momento con la verdad, ya el tiempo lo dirá. Ahora simplemente los últimos vestigios de una esperanza desgastada, se han topado con pared: en el sexto día del rescate las maniobras han sido suspendidas.

Entre aquel mar de almas desgarradas, surgía tres veces al día un tropel de ángeles con la cara negra, rescatistas en quienes la voluntad por hallar a sus hermanos se hallaba por encima del cansancio físico. Las cosas no cambiaron luego de quince turnos; la mazmorra creada por la explosión inicial parecía haber dejado a los mineros atrapados, sin posibilidad de salida.

Ahora la esperanza pasó al desaliento; la convicción de hallarlos con vida se convirtió en la insoportable idea de no volver a ver el rostro del ser querido, cuando menos para estampar en su frente la última bendición. Madres que han quedado con el corazón vacío de tanto volcarse, tienen una oquedad en donde ayer hubo dicha. Esposas amorosas que comienzan a sentir los primeros momentos de soledad verdadera; hasta ahora la esperanza de hallar con vida al esposo, les había acompañado. Pequeñitos que aún no alcanzan a entender lo que ha pasado, pero que en cuanto tomen conciencia de que papi se ha ido, pondrán su mayor esfuerzo por atrapar las memorias, hilvanarlas una a una, y guardarlas en el rincón más sagrado de sus corazones, para cobijar sus noches de temor, para exaltar sus días futuros de alegría.

Hay dolores que se estacionan en el centro del pecho, como aves que hacen nido para no abandonarlo jamás. El de estas mujeres en torno a la mina ha de ser uno de ellos. El de los viejos que viven hoy en la tragedia de sus hijos, lo que fue el temor de cada día mientras ellos trabajaron en las entrañas de la tierra. Uno a uno preguntarán a los cielos, alzando sus brazos apergaminados: ¿por qué él y no yo?... Pero sólo la bruma que se ha estacionado en el cielo plomizo, parecerá escucharlos.

Vaya para la familia minera la solidaridad de todos los coahuilenses, quienes de alguna manera, cada cual desde su propio sitio, no ha dejado de incluir una oración por todos ustedes. Hemos aprendido por la vía de la tragedia ajena, que la vida es un préstamo que hay que cuidar y hacer redituar en obras que justifiquen a plenitud nuestro paso por este mundo.

Vaya para los medios de comunicación que vienen cubriendo la nota desde el primer momento, un reconocimiento por el profesionalismo con que han actuado los más, y un reproche a quienes han tomado el dolor de nuestros coterráneos como un recurso de mercado.

Vaya para las autoridades y empresarios el juicio más cierto que hay en este mundo: el de la historia. Que sean de estos mineros, los hijos, y los hijos de sus hijos, quienes hallen la verdad que hoy ha devorado la tierra.

Poco alcanzan las palabras a confortar a estas familias. Sea Dios, a través de sus brazos amorosos de padre, quien acoja sus dolores, sus angustias y sus necesidades, y los vaya sanando uno a uno, como sólo Él sabe hacerlo. Sea este dolor, motor, templo, y algún día, que hoy parece imposible de llegar, el dulce recuerdo, la dulce compañía.

maqueo33@yahoo.com.mx

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