Los auténticos amigos se cuentan con los dedos de una mano; también los buenos libros. Un buen libro es el mejor amigo de bolsillo; lo llevamos a todos lados, y nos enriquece. Alecciona de modo amoroso pero firme; es noble si lo olvidamos por un tiempo. Sabio y paciente para esperar que regresemos a él, y lo reencontremos con gozo. Si hubiera una contingencia planetaria, y la tecnología se hallara a tal grado avanzada, que nos fueran a enviar a vivir a otro planeta, yo llevaría tres libros conmigo. Cada uno de ellos habla de lo que es verdaderamente trascendental para nosotros como seres humanos, y que tantas veces olvidamos.
Vayamos con nuestra imaginación a visualizar la serie de eventos que vivimos en un día, desde que amanece, hasta la hora de dormir. Sería difícil cuantificar las percepciones; las sensaciones; los pensamientos, y los sentimientos que cruzan nuestro ser durante ese lapso de tiempo. Otro tanto va para la cantidad de interacciones que llevamos a cabo con quienes se hallan en derredor; ya se trate de seres tan trascendentales como la pareja o los hijos, o tan fortuitos como el conductor que nos sale al paso indebidamente; el empleado del mercado, o quien cruza la calle.
Cada hecho interno, y toda relación con el exterior, van determinando nuestros estados de ánimo; limitan o acrecientan nuestros recursos, y colorean de uno u otro tono el día que estamos viviendo.
Verdaderamente es muy difícil que nos percatemos de la forma como nuestra mente y nuestro corazón son afectados por estos elementos. Entonces nos sentimos muy afortunados, cuando un buen amigo de bolsillo nos hace reparar en ello, y nos demuestra hasta qué punto somos, o esclavos de nuestro pasado, o arquitectos de nuestro porvenir. Robin S. Sharma, autor de uno de los tres libros que yo me llevaría al espacio, lo dice de manera clara, sencilla y atractiva, en su obra intitulada: El Monje que Vendió su Ferrari.
Nos ha tocado vivir un tiempo enajenante; por lo habitual andamos con desesperación, pisándole los talones al de adelante... Yo me pregunto: ¿es tan apremiante el asunto, como para poner en riesgo la vida y la integridad? ¿La urgencia de nuestro andar es por falta de previsión? ¿Se justifica echar a perder el día, arrebato tras arrebato?..
Son preguntas que valdría la pena hacernos en esos ratos cuando nos precipitamos y vamos despotricando aquí y allá, como si de tal modo las cosas fueran a ajustarse a nuestras exigencias.
En este contexto se maneja la obra, de la cual hay frases que quisiera grabarme en el alma. Una dice: ?El propósito de la vida, es una vida con propósito?. Valdría analizar qué proporción de nuestros actos cotidianos son trascendentes, o forman parte de un plan general de vuelo .
Otro concepto que me atrapa hasta el fondo, es aquél que va dirigido a los jóvenes; los insta a explorarse, a descubrir sus propias habilidades, definir su vocación, y aplicarse a ella con disciplina. Quizás uno de los males más graves de nuestros tiempos, es la falta de constancia; la expectativa de muchos jóvenes es que las cosas sucedan al instante, en forma total, y a satisfacción. En lo particular utilizo el concepto de ?palomitas de microondas?: abres el paquete, lo colocas en el micro, esperas poco menos de tres minutos, y tienes entre tus manos una bolsa desbordante de palomitas recién hechas... No es fácil convencer a nuestros jóvenes de que la realidad del mundo no es tan simple, y que lo que vale cuesta, y que a fin de cuentas, lo que más te cuesta, es lo que más amas.
Algo que descarta con sus conceptos Sharma, es el ideal absurdo de ?dejar de trabajar?. Hay individuos que invierten tiempo, dinero, juventud y salud en lograr un capital que les permita resolver cualquier situación económica, para entonces sí, dejar de trabajar y comenzar a disfrutar. Para cuando logran el capital, si es que lo logran, generalmente han deshecho sus hogares; minado su salud, y agotado la curiosidad por conocer cosas nuevas... O, como él mismo dice, ¿de qué te sirve construir la casa más grande de la cuadra, si no te has tomado el tiempo para crear un hogar?
El sentido de la vida no se compra con dinero. Lo más valioso se nos da a manos llenas, y nada cuesta: todo es cuestión de abrir los ojos, pero sobre todo, abrir de par en par las puertas del corazón.
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