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Contraluz / LA LECCIÓN DEL JARDINERO

Ma. del Carmen Maqueo Garza

Hoy, dos de julio, fecha de unas elecciones históricas por controversiales e inciertas, mi colaboración que nada tiene qué ver con el tema, va a parecer un hongo solitario, entre las bien documentadas columnas políticas. Dejo tan espinosos tópicos en manos de quienes sí saben, y yo extiendo mi cometa a otros rumbos con la primera ráfaga de viento.

La vida me da cátedra cada vez que avanzo por calles y avenidas de la ciudad, esta semana no fue la excepción. En medio del bulevar por el que me desplazaba se extiende un camellón, a lo largo del que se han sembrado árboles que actualmente alcanzan una estatura mediana. El espécimen que me quedaba justo a un costado era distinto de los demás; su tronco estaba muy inclinado, contrastando con la perfecta alineación del resto. Como en todo grupo, reflexioné, también entre los árboles está el joven que tuerce su camino.

El desalineado de verde copa ya estaba en tratamiento: el jardinero municipal aplicó un correctivo para regresar el tronco a la vertical, mediante un mecanismo de tracción. Pasó una lazada de cuerda en el punto donde el tronco se bifurca, en tanto ancló ambos cabos de la cuerda al suelo, para ejercer una tensión constante y firme. Algo más pude ver antes de partir; el punto en donde la gruesa cuerda de nylon rozaba la corteza del árbol, se hallaba protegido por un pedazo de caucho. ?Corrección firme y constante, con mucho amor?, fueron las palabras que el cuadro me dictó.

Lo aprendido aquella mañana me cargó las baterías para todo el día; no dejaba de repetir la lección del jardinero, toda una cátedra de amor a la naturaleza, y de firme instrucción. La vida es el choque de opuestos; veinticuatro horas después conocí una noticia que me estremeció. A escasas cuadras de mi domicilio, durante la noche, un hombre y su esposa llegaron a un teléfono público; al momento en que esto hacían, varios individuos se desplazaban a bordo de un vehículo a gran velocidad. Desde la caseta telefónica el hombre les hizo un reproche sonoro sobre su forma de conducir; los del vehículo se apearon, se abalanzaron sobre el hombre, y comenzaron a golpearlo hasta derribarlo; ya en el suelo lo patearon, hasta dejarlo muerto.

No estoy hablando de Irak, de Guantánamo, de Ciudad Juárez, o de Iztapalapa. Hablo del hombre que me atendió en la vulcanizadora hace dos semanas, y que ahora está muerto; hablo de un crucero céntrico frecuentado por familias; hablo de un grupo de hombres que actúan como enajenados, descargando una furia que les corroe las entrañas.

Por un segundo volví a la imagen inspiradora del día anterior: ?Corrección firme y constante, con mucho amor?. Y visualicé aquellos asesinos de proceder bestial, cada uno como el arbolito que se fue inclinando, pero en su momento no tuvo el cuidado amoroso del jardinero para corregirlo.

Posiblemente hemos ido creando una tolerancia mental frente a la muerte. Por un lado, no mantenemos contacto con la naturaleza; dejamos de lado las grandes lecciones que el cielo, el campo o el río nos regalan. Hemos perdido la capacidad de asombro; hemos dejado de observar a las palomas en la plaza ?si es que hay plaza, y hay palomas-, restamos atención al trajín de una niña de dos años, mientras juega a ser grande, y nos da lecciones de ética. Los medios informativos nos saturan con noticias de acribillados, decapitados; levantones; entambados... de algún modo subliminal, nos vamos acostumbrando a estas noticias. A grado tal, que nos impresiona más que atropellen al gato de la vecina, que enterarnos la forma salvaje como en Irak se abre fuego a mansalva, hogar por hogar, en contra de civiles inocentes, dizque para aniquilar un terrorista, utilizando la versión ?two thousand and six? del antiguo método de Herodes. ?Corrección firme y constante, con mucho amor?. Tener la autoridad moral frente a los hijos para actuar; regalarles tiempo de calidad para una vigilancia cercana y constante. Pero sobre todo, actuar con amorosa firmeza, con autoridad bien ganada, con el propósito claro de dirigir a nuestros niños y jóvenes por el camino del bien, tarea que requiere fe y perseverancia.

La crisis moral de nuestra sociedad no la resuelve ningún partido político; actuar contra LEA cuarenta años después de sobrada impunidad, resulta un populismo de pacotilla. La solución está dentro de los cuatro muros de cada hogar mexicano. Está en manos de los padres; en atender la lección del jardinero: ?Corrección firme y constante, con mucho amor?. Lo demás vendrá por añadidura.

maqueo33@yahoo.com.mx

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