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Contraluz / LUNAS DE SEPTIEMBRE

Ma. del Carmen Maqueo Garza

Despunta el alba; los cuatro colosos que acompañan mis coloquios semanales con la palabra escrita aún duermen sobre un fondo gris plomizo. La luna llena de septiembre, hermana menor de la de octubre puso las cosas en orden en los cielos que lucen aborregados; el calor canicular finalmente se da una tregua, ahora las mañanas son más frescas. A esta hora no logro ver las copas de mis cuatro amigos del amanecer, la cita semanal ha llegado esta vez antes; los colosos no salen de su sueño, las avecillas permanecen inmóviles en las coyunturas de sus amplios ramajes; ni una brizna de viento sobrecoge su descanso.

Sé que la luna a esta hora pierde la magnificencia del atardecer, y se vuelve pequeña, como temerosa de que el astro sol la sorprenda alta y ufana; los cielos grises no permiten ver en derredor, aunque la mañana se avecina. En aquel momento entiendo que así se nace, un pequeño ser húmedo sale de su claustro oscuro a un mundo completamente distinto. Hay una ruptura entre la suavidad de un encierro de meses, frente a un ambiente frío, duro y sonoro. Se cumple la ley de la vida, y este nuevo ser irrumpe con un grito estridente que anuncia que el mundo a partir de ahora no es el mismo que ayer.

Poco a poco observo los primeros rayos de sol delineando las copas de mis cuatro colosos; sin dejar de ser gris el horizonte va aclarándose, se cubre con un velo de luz amarillenta que indica el inicio del día; ahora unos gentiles vientecillos mecen los follajes suavemente, como hace una madre con el pequeño al que debe arrancar de su modorra mañanera. Parece que alcanzo a atisbar el modo como van desperezándose los gorrioncillos y las palomas, dispuestos a iniciar un nuevo día.

Me doy cuenta entonces, de este mismo modo comienza a transcurrir la vida; el niño aprende habilidades para entrar a un mundo que en ratos chocará con sus jugueteos. Primero lo hace de la mano de su madre; poco a poco va desprendiéndose de ella para ir explorando por cuenta propia su entorno.

La mañana se instala en mi ventana; por entre las copas de dos de mis colosos va imponiéndose la presencia del astro rey; sus fulgores tocan cada objeto, cada resquicio; desdibujan sombras noctámbulas para dibujar otras de gran contraste. Ya para ese momento el ambiente se llena de estímulos visuales y sonoros; las avecillas revolotean por doquier en busca de alimento. Escucho las risas de unos niños que pasan por la calle; comienza la hora cuando el hombre se siente amo del mundo, queda atrás la noche con sus incertidumbres.

Nuevamente entiendo que así es la vida; el niño crece, adquiere conocimientos, sale al mundo con las herramientas necesarias para conquistarlo. Se propone metas y plazos, y se aplica en cumplirlos; poco a poco comienza a plasmar en realidades lo que hasta hace un rato eran ilusiones de adolescente. Va construyendo su presente palmo a palmo; sabe que es su momento para escribir la página que le corresponde en el grueso libro de la historia sin principio ni fin.

La pesada tarde que invita a la modorra se cierne sobre árboles y techos, sobre hombres y aves. Las temperaturas alcanzan su punto más álgido, y una pausa para el recogimiento es signo de sensatez; el mundo tiene un remanso para cobrar nuevos bríos. Así sucede con el ser humano a lo largo del camino; hace pausas en ratos, se serena y luego sigue adelante. Pronto las plazas se llenan de chiquillos; la pelota va de aquí para allá, en tanto el hombre de la nieve de garrafa hace su venta del día.

Va cayendo la tarde; el cielo adquiere colores que llaman a los enamorados a amar, y a los pintores a plasmar sobre su lienzo los más bellos cuadros. Poco a poco la vida se va apaciguando; los vientos se calman, y mis cuatro colosos van olvidando los trajines del día. La noche con su luna llena de septiembre, hermana menor de la de octubre, se deja entrever sutil, cual si temiera asomarse. Un rato más delante luce magna, enseñoreándose sobre un cielo cuajado de estrellas.

Entonces comprendo que así es la vida: luego de que el hombre ha cumplido con su página en el libro de grueso lomo de la historia, se prepara para el descanso. Guarda sus historias más queridas en un cofre de maderas preciosas, y deja atrás todo lo demás, porque sabe que lo esencial cabe en el puño de su mano. Que nada más necesita para seguir andando su camino, bajo la luz brillante de la luna.

maqueo33@yahoo.com.mx

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