PRIMER CUADRO
Domingo, ocho de la mañana; la luz roja me detiene. Del otro lado del bulevar se extienden las vías del tren; los agudos chirridos de los vagones de carga rompen el soñoliento amanecer.
SEGUNDO CUADRO
Se desata una ventisca; en un instante ésta ha desperdigado, desde cierto punto en el camellón, un periódico cuyas hojas se abren y despliegan, y luego ruedan frente a mis ojos.
TERCER CUADRO
Tras los papeles, desesperado corre un chiquillo. Sin medir el riesgo se cuela entre los vehículos tratando de recuperarlos, pero no deja ir los que trae bajo el brazo.
CUARTO CUADRO
Las hojas han volado más allá de su alcance, el paso de un vehículo rasgó una parte; el chiquillo se da por vencido. Se repliega en la base de una luminaria del camellón, se cubre el rostro, y llora.
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Ser niño es tener el derecho de reír nada más porque sí; comer palomitas, inflar un globo, o disfrutar un payaso.
Es tener permiso absoluto para soñar a colores, y hacer propio el horizonte entero, sin que nadie venga a amenazar con manchones negros.
Es equivocarse en sus cosas de niño, sin derivar en tragedia; es hallarse a salvo de riesgos que no corresponden a sus pocos años.
Ser niño es hacer una pataleta para medir al mundo; es ver las cosas divertidamente desde una ventana, o correr a los brazos del abuelo cuando mamá se enoja.
... Constituye el sagrado derecho de creer que el mundo es perfecto; que las necesidades se resuelven a la voz de ?ya?, y que papá es más poderoso que el Hombre Araña.
Sólo en la infancia los problemas que parecen insondables se componen en medio minuto, y quince después se habrán borrado para siempre.
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Los niños de aquí, y los de allá, tienen iguales derechos; la Tierra cruje lastimera cuando el niño de la mañana llora. La misma ventisca se queda suspendida; calla y luego hace callar a los sauces y a las bugambilias.
?El niño de la mañana llora?, dice en voz queda; obedecen las ramas que no más se columpian. Obedecen los gorrioncitos, y guardan sus gorjeos de estreno; todo calla en derredor. ?Llora el niño?.
El silencio viene y me remueve cosas del alma. Al igual que la ventisca, los sauces, las flores y los gorriones, el tren y yo hemos callado. Tan sólo las ideas caminan de puntillas:
...¿Por qué corres tras pedazos de papel, cuando debieras estar persiguiendo mariposas?...
¿Por qué vendes la pesada modorra de la mañana, por unos cuantos pesos? ¿No tienes quién te despierte entre arrumacos, o te bese la frente cada noche?
¿Cómo apagar los temores que hoy te llevan a sacudirte en llanto?...
Niño de la mañana, el de las canciones de Nacha Guevara; el mío; el que se ha quedado prendido a mis memorias, y se niega a partir: ¿cómo hago para regalarte un mundo lleno de piratas con sus galeones y sus cofres de tesoros? ¿Cabrán en tus bolsillos los dinosaurios; las golosinas, y las risas que tengo para ti? ¿Cómo consigo que te releven de tu papel de pequeño atlante, para que juegues a las canicas, a la lotería, o para que te tumbes a imaginar figuras en las nubes?
Niño de la mañana, con tus siete años, tú que te inventas diversión al revolver con una vara las yerbas del camellón. Te miro; quiero abarcar tu mundo, tus ilusiones, tus alegrías; te hallo a una vez transparente, como impenetrable. Cercano, pero distante.
¿Sabrás hacer un barquito de papel para jugar en el agua? ¿Podrán tus manos pequeñas construir un avión para remontar el vuelo, cruzar sobre la plaza, por encima de las cabezas de los soldados rasos; luego seguir el viaje del tren sobre las vías, y llegar hasta el río? Allí podrás lanzar tu barquito de, y lo mirarás avanzar entre las tortugas que nadan en pares rumbo a la Isla del Mudo...
Niño de la mañana, niño de nadie, niño de todos: ¿acaso te puso Dios para tocar las fibras del alma, y recordarnos sus bienaventuranzas?...
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