Hace poco más de una semana, en el marco de las X Jornadas de Actualización en Pediatría llevadas a cabo en Piedras Negras, se hablaba sobre suicidio en niños y adolescentes. A través del apoyo del Dr. Jesús del Bosque, presidente de la Asociación Mexicana de Psiquiatría, nos acompañó desde la ciudad de Monterrey la Dra. Laura Elizabeth Cavazos, especialista en Psiquiatría infantil, quien disertó sobre el tema que se vuelve prioritario.
En ratos se antoja pensar qué casos de suicidio en grado de tentativa o consumado, no sucede entre nosotros. Sin embargo de acuerdo a las cifras del INEGI, el suicidio es la tercera causa de muerte entre adolescentes, lo que nos lleva a reconsiderar la óptica del problema. Claro, el caso que llega a las salas de emergencia representa la punta del iceberg, sin embargo hay toda una patología subyacente, que pide a gritos la intervención, tanto de profesionales de la salud, como de la población en general.
Dentro de los factores que predisponen al suicidio, se encuentra la depresión. En una visión simplista, parece absurdo que un jovencito puede deprimirse al grado de atentar contra su vida. Se antoja pensar que los suyos son años de disfrute, de loca irresponsabilidad, libre de preocupaciones; la verdad puede sorprendernos.
Hurgando entre los variados elementos que pueden influir para que un chico, considere el suicidio, hay uno que en particular me llama mucho la atención. Dejando de lado situaciones que tienen que ver con abuso infantil o con alteraciones químicas mórbidas, nos enfocamos a lo más común, que es no hallar sentido a la vida.
Por sí misma la adolescencia es un período de crisis en el cual el joven incursiona en su propio descubrimiento, dentro de un marco social que pocas veces apoya dicha exploración. Quienes lo rodeamos en ocasiones mostramos disgusto, crítica o abierto rechazo a las expresiones del adolescente que busca probar uno y otro estilo de vida, para crear uno propio. Quienes fuimos adolescentes hace veinte años o más, hallaríamos ilustrativo recordar esa etapa, y si somos honestos evocaremos momentos cuando nos sentíamos algo así como un bicho , y simplemente no encajábamos. De alguna manera el medio que nos tocó vivir, aunque altamente restrictivo, nos delineaba un marco referencial dentro del cual ir diseñando nuestra personalidad de adultos.
Ahora bien, los chicos en la actualidad se desenvuelven en un mundo globalizado que para nada ayuda a la elaboración de ese marco referencial. Nuestras familias son fundamentalmente nucleares; la vivienda suele estar sola la mayor parte del día, y cuando la familia converge dentro de la misma es apresuradamente; cargada de presiones exteriores; con cansancio físico, y sin mucha disposición para convivir. Se ha perdido el concepto de pertenencia, y el chico difícilmente logra asimilar una definición de sí mismo con los elementos que tiene a la mano. No nos extrañe entonces que se aferre a íconos, a grupos de pares, o a otro tipo de simbolismos a través de los cuales intenta hallarse a sí mismo. Casos extremos vemos por doquier, baste mencionar en esta semana el del joven canadiense que abre fuego en contra de una escuela en Montreal para descargar su encono hacia el sistema organizado.
Dentro de esas necesidades que se quedan insatisfechas, se encuentra el sentido de pertenencia, el percibir que dentro del grupo humano soy alguien, y me toman en cuenta. Uno de estos modos festivos de sentir que soy y pertenezco, es el fervor patrio, el cual no podría estar mejor expresado para los mexicanos, que en la celebración de las fiestas de Independencia. Éstas se desarrollan en grandes grupos con un objetivo común, implican elementos físicos de fiesta que hermanan, como gorros, banderitas, serpentinas... se vive una alegría contagiosa, y se vitorea una causa que nos unifica. Por el rato que duran las celebraciones hacemos nuestra la victoria de los caudillos de la Independencia, y sentimos que valemos como personas y como nación.
La propia estima para nuestros adolescentes, piedra angular en la construcción de su condición de adultos. Meta que cada vez encuentra mayores escollos para alcanzarse, en un mundo moderno que nos deja sin fronteras, sin límites, sin propia identidad. Nuestros chicos están muy solos, en ratos a merced de sus propios impulsos; no pocas veces navegando en aguas turbulentas sobre una frágil barcaza.
Las fiestas patrias, buena ocasión para reforzar la autoestima de nuestros chicos; para los adultos momento de hacer un alto en el camino y valorar si cumplimos con un proyecto de nación sano y productivo, desde el seno de nuestro propio hogar.
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