Esta vez fue en Monterrey, un joven de diecisiete años es acusado de homicidio consumado en contra de dos menores, y un cargo más en grado de tentativa
Hasta allá fueron a dar cámaras y micrófonos, y las fuerzas de seguridad montaron un operativo peliculesco, para el traslado del presunto criminal luego de su captura. Todo México ha seguido muy de cerca los acontecimientos; repasando una y otra vez las escenas del crimen, con una mezcla de horror y fascinación morbosa. Surgen las interrogantes de cómo, si se ve un muchacho tan normal, si estudia en una universidad privada, y cursó su preparatoria en un colegio católico. Jugamos al forense; damos por veraces las versiones más contradictorias, en esa sed de noticias sensacionalistas a que nos llama una vena oscura de nuestro ser.
Carlos Tello, en la edición de Proceso del 26 de febrero, habla de algo que él llama ?el espectáculo de los escándalos?, frase que en este caso se aplica perfectamente a la fascinación morbosa por saber más acerca de un hecho perverso, como espectadores del circo romano.
Los acontecimientos de Monterrey son sólo la punta del iceberg, de una situación que para nuestra desgracia se vuelve cada día más cotidiana en nuestra sociedad. Vivimos lo que los enterados llaman el post-feminismo, escenario en el cual la publicitada equidad de género busca que hombre y mujer compartan por igual responsabilidades, tanto dentro como fuera del hogar. Partiendo del principio de que ambos aportan económicamente para el sostenimiento de la casa, se espera que ambos participen en las actividades domésticas, hasta hace poco exclusivas de la mujer.
De esta combinación de actividades hemos obtenido, como en todo, muy diversos resultados. El más lamentable, es lo que yo llamaría ?huérfanos emocionales?, chicos que han crecido en un hogar carente de una presencia sentida de los padres, lo que deriva en patologías sociales de diverso grado, desde la pequeña disfunción familiar, hasta casos graves, como el arriba mencionado.
En un importante número de familias las expectativas de los padres van encaminadas a proveer a los hijos de una posición social acomodada, y de una profesión que les permita vivir dignamente. Dada la dilución del poder adquisitivo, distanciada totalmente de los indicadores macroeconómicos felices del neo-liberalismo de izquierda o de ultraderecha, para cubrir las expectativas arriba planteadas, hay que trabajar duro y tupido. Es así como, tanto el padre como la madre deben de salir a laborar jornadas largas, dejando a los hijos solos, de manera virtual o real. Desde tempranas edades el niño se las ingenia para resolver los problemas que se le presentan, y va formando su propio marco referencial. Ha de lidiar con situaciones como el hambre, un dolor de cabeza, una materia complicada, hasta la angustia de tener dificultades con maestros o compañeros. Dado lo moldeable de su conducta a estas edades, va estableciendo su propio código de procedimientos, que irá ajustando, ampliando o variando, según las circunstancias.
Uno de los elementos que se truncan en los huérfanos emocionales, es la contención. El chico comienza a vivir desde pequeño un mundo en ratos hostil, frente al cual hay que defenderse. Ante una agresión del exterior se genera una respuesta; no existe quién le señale modos alternativos de enfrentar, repeler o neutralizar la agresión, por lo que el chico se torna impulsivo, actúa precipitadamente, y no pocas veces se vuelve agresivo. Pasa del disgusto a la violencia en un santiamén, en un maniqueísmo peligroso, desde el cual las cosas son blancas o negras, y nada más.
Con estas cargas y estas carencias se llega a la relación de pareja, surgiendo en su momento brotes esporádicos de violencia, como frases lesivas en son de broma, empellones, hasta francos actos de violencia física, hostigamiento y sometimiento. Tenemos el caso de los novios que están acondicionando lo que será su hogar de casados, inician una discusión, y terminan lanzándose uno contra otro las piezas de la vajilla que acaban de comprar.
Impulsividad y agresividad: conductas de defensa aprendidas por un niño que enfrenta la vida solo.
Responder con violencia física a un estímulo verbal, indica falta de herramientas para la comunicación de las necesidades y expectativas propias.
Cegarse hasta matar, cuando las cosas no salen del modo esperado, como quien da palos de ciego: es emprenderla en contra de la vida; es llevarse de encuentro cuanto se halle en el camino. Es llorar gritando frente al espejo...
Palos de ciego: nuestros niños jugando a la piñata, en un juego de muerte.
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