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Contraluz / PRIMERO NUESTRAS RAÍCES

Dra. Ma. Del Carmen Maqueo Garza

Hace un par de días pregunté a uno de mis pacientes de once años de edad, qué conmemorábamos el 20 de noviembre; me peló los ojos y se quedó como tratando de atrapar la respuesta en el aire, para finalmente empezar a adivinar: ¿El Día de la Bandera? ¿La Independencia?... ¡Ya sé! (Con gesto de emoción) ¡La Batalla de Puebla!

La estrategia de hacer estas preguntas ayuda a disipar sus temores frente a la bata blanca; por otra parte me divierte escuchar sus respuestas siempre frescas. Y más allá de lo anterior, es un indicador fiel de cómo andan las cosas entre nuestros niños; muchos de ellos no identifican las principales fechas conmemorativas del país; probablemente no lograrían señalar en un mapa el Estado de Hidalgo, o el de Tamaulipas, o no podrían mencionar las capitales de más de cinco entidades federativas. Sin embargo cuando le preguntamos sobre MP3, programas televisivos, o la versión del ?Playstation? que salió hace dos días, son unos eruditos.

La tendencia actual de las sociedades es crear ciudadanos del mundo, sin embargo para que funcionen como tales, primero tenemos que anclar sus raíces al suelo propio, a sus costumbres y tradiciones. Dentro de lo criticable que pueda ser el comportamiento terrorista de las naciones de Oriente, una cosa sí hay que reconocerle al Islam; los ciudadanos dan la vida por su dios y por su patria sin dudarlo un instante. Lo entienden ellos, lo entienden sus familias, y todos acatan los designios de Alá en una guerra santa.

Ahora bien, volviendo a nuestro país: En ratos visualizo a estos chicos como nebulosas errantes que se dispersan por el espacio abierto, sin conexión con el propio origen. Ello finalmente nos lleva a tener una sociedad en la cual abunda el conocimiento pero falta el compromiso; fluye la información de un extremo al otro del planeta, pero se pierde la sensibilidad ante los problemas sociales que tenemos a la vuelta de la esquina. Estamos enfocando nuestros afanes en desarrollar la mente de las futuras generaciones, dejando de lado el corazón; les exigimos ser más competitivos en un mundo globalizado, pero ya no los tomamos de la mano para contemplar juntos la delicada perfección de una flor a la orilla del camino.

Que el chico no sepa qué se celebra mañana 20 de noviembre, o que confunda la gesta de Hidalgo con la Reforma de Juárez, es un mal principio para fomentar el amor patrio. Cuando yo conozca de lo que fue capaz el pueblo involucrado en el movimiento de Independencia, o en la Revolución, comenzaré a entender que el amor a mi patria valió su sacrificio, y podré apreciarla bajo otra óptica.

El fenómeno de las nebulosas dispersas que son muchos de nuestros niños no es responsabilidad absoluta del sistema educativo formal; nosotros como padres iniciamos el problema en casa. Hemos creado un mundo que tiene tanta prisa de tantas cosas externas, que no nos damos el tiempo para reforzar lo que tenemos en las cuatro paredes del hogar. Tal vez llegamos después de ocho o doce horas de trabajo con ganas de ?aventar la toalla? y desconectarnos del planeta por las siguientes ocho horas. Las expectativas personales de nuestros niños pasan a quedar en segundo término, les decimos ?para cuando tenga tiempo?, pero es casi seguro que ese momento no llegue, o simplemente, lo hará de manera extemporánea, y el chico ya ha perdido algo irrecuperable.

Por otra parte, la cambiante estructura de las familias, sea por separaciones o nuevas uniones de uno o ambos padres, para resultar en familias compuestas, no siempre ayuda a la identidad del niño, como tampoco lo hace la falta de relación del chico con la familia extendida, entiéndase abuelitos, tíos y primos. Más se complican las cosas cuando a lo anterior se añaden cambios frecuentes de residencia; el chico cursa un año en una escuela y el siguiente en otra; se muda de vecindario, cambia de iglesia, y no desarrolla un adecuado sentido de pertenencia.

Comencemos a generar ciudadanos partiendo de sus propias raíces; hombres y mujeres que sepan amar sus orígenes antes de proyectarse al mundo. Busquemos en ellos el genio de un Albert Einstein, que les permita la inteligencia para trazar el plan de vuelo. Pero no dejemos de fomentar en ellos la calidad humana de Albert Schweitzer, que les asegure la fortaleza para cumplirlo. Primero lo propio, luego el resto del mundo; primero el corazón, luego los alcances inimaginables de la razón.

maqueo33ahoo.com.mx

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