Mayo es un mes muy especial.
Quizás la mejor oportunidad del año para voltear a revisar nuestro comportamiento como personas, en un mundo con urgentes necesidades.
A quienes esto leemos, nos ha tocado vivir en una época de grandes cambios. Hemos sido testigos cercanos de advenimientos científicos y tecnológicos que marcarán un hito en la historia del hombre.
El precio que el espíritu humano ha tenido que pagar por ello es alto, y de alguna manera nos ha provocado daño íntimo, no siempre reconocible, no pocas veces irreparable.
Hace justo una semana regresé de la ciudad de Guadalajara, en donde asistí al Congreso Nacional de Pediatría. Excelente oportunidad para echar una ojeada a los tópicos de actualidad; muchas de las pláticas versaron sobre la urgente necesidad de prevenir la violencia de género. Eminentes expositores de las diversas ramas insistieron en evitar el maltrato a nuestros pequeños, así como de proteger con gran esmero a los niños con necesidades especiales.
Se mencionó con particular ahínco el trato cálido e individual con que debe conducirse el pediatra frente a su paciente. En el ambiente se percibía una sensación de aprobación hacia los conceptos expuestos.
Alrededor de tres mil almas escuchamos atentamente las recomendaciones de los conferencistas. Las imágenes, los sonidos, los testimonios, llegaron muy dentro. Uno de los momentos más emotivos se dio al inicio de una plática magistral del Dr. Guillermo Gutiérrez Calleros, neonatólogo- filósofo, cuando presentó la canción Ceux que I?on met au monde (Los que traemos al mundo), de la canadiense Linda Lemay. Contiene el testimonio de una madre con un hijo especial. Las palabras volaban como blancas palomas por el aire, para ir a instalarse dentro de todos y cada uno, al tiempo que alguna lagrimilla escapaba, traicionando cualquier intención por ocultarla. La ternura desbordante contenida en cada verso, movía nuestra más honda sensibilidad...
...Pero eso sí, las cosas cambiaban en un santiamén al término de las exposiciones. En cuanto nos levantábamos de la silla, dispuestos a salir del salón, comenzarían los apretujones, el no ceder el derecho a quien le corresponde, el atropellar compañeros para salir primero. En variadas ocasiones se dio el no-respeto para el acceso a las pláticas más demandadas, introduciéndose muchos a la brava, por encima de los cien o doscientos colegas quienes pacientemente habían hecho fila por largo rato...
...Paradójico; pueril; hasta absurdo: una y otra vez me preguntaba qué sucedía. Como si por un instante el chispazo se daba, pero el fuego se extinguía en cuanto las palabras dejaban de revolotear alrededor de nosotros. Nos encendíamos como cerillos húmedos; tras varios intentos; por sólo un segundo, para apagarnos en seguida.
Tratando de entender lo que sucedió, quiero imaginarlo como el encuentro entre nuestra necesidad por creer en el ser humano, frente a la limitación que el enajenamiento de los tiempos impone. Un contrasentido que no extraña en el contexto de los contrasentidos que dominan la escena en la actualidad.
¡Vaya¡ ¿Puedo tener una elevada calidad humana dentro del consultorio, pero en cuanto salgo, voy aventando al que se ponga en mi camino? ¿Habla de sanidad mental actuar de un modo con unos, y del modo diametralmente opuesto con otros? ¿Soy hipócrita, mercantilista, o me aqueja un desorden de personalidad?
Nuestro mundo tiene muchas heridas, más de las que podemos sanar en horarios de oficina. La actitud humanista del médico, y del maestro, y del servidor público, necesita extenderse más allá; tocar con su bondad los rincones a los que no suele llegarse de primera instancia. No se diga, por supuesto, la actitud de la madre, del padre, o del amigo. Resulta urgente utilizar verbos que hallamos empolvados en algunos libros; verbos como acercarse; creer; sanar; reconocer; perdonar...Necesitamos armarnos de un corazón amorosamente firme en sus propósitos, dispuesto a ceder; esforzarse; confiar, y perseverar.
Probablemente este escenario de inmediatez al que nos ha acostumbrado la tecnología moderna, se nos ha incrustado en el corazón como un parásito que obstaculiza su óptimo funcionamiento. Por amor se entiende sexo; por amistad, conveniencia; por felicidad, placer. Y a la larga nos quedamos con una oquedad del tamaño de una alberca, que no hallamos con qué llenar.
Ya hemos hecho mucho en los aspectos racionales; los avances científicos y tecnológicos dan cuenta de ello. Ahora habrá que enfocar las baterías en otro sentido, y ponernos a resolver los problemas que genera el mayor enemigo contemporáneo: el uso de la razón sin el concurso del corazón.
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