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Contraluz / VENTANAS A LA VIDA

Ma. del Carmen Maqueo Garza

De alguna manera el ambiente se satura de muerte. Notas periodísticas; programas televisivos; letras de canciones, tramas de novelas y cuentos. Por todas partes se infiltran las negras sombras de la noche y nos roban la luz.

Tomemos al azar un puñado de encabezados periodísticos de la última semana, una gran parte de ellos tiene que ver con la muerte. Como si el enunciar ciertos hechos, de cierta manera, llevara la intención implícita de emular a la muerte. Un buen ejemplo de lo anterior lo constituye la figura de la Santa Muerte tepiteña, que ahora cobra fuerza allende nuestras fronteras. Ese personaje cuyo origen en los barrios populares del DF., obedece a la búsqueda de una figura de poder a la cual encomendarse cuando las tradicionales parecen haber fallado.

Al zambullirnos en las aguas de esta fenomenología contemporánea, vamos a entender de inmediato que en buena parte emerge por la ruptura que tiene el mexicano moderno con respecto a su propia historia. Hemos ido cortando la raigambre cultural, en ratos parecemos papalotes que se soltaron de las manos de su creador, y vuelan a la deriva por los aires, para finalmente caer y hacerse pedazos.

Volver a nuestras raíces culturales. Retomar el hilo donde lo dejamos tiempo atrás, antes de que el TLC y sucedáneos vinieran a hacernos sentir a los mexicanos ciudadanos de segunda de un mundo de primera, desestimando el hecho de que trabajando nosotros con lo nuestro, podríamos ser ciudadanos de primera para el mundo.

Dentro de este concierto de sombras grises, llegan elementos que nos hacen volver la vista a lo nuestro, y valorar la grandeza de México como tal, no como el patio trasero de ninguna gran potencia, sino como el escaparate amplio y luminoso a donde mostrar todo aquello de lo que la creatividad de nuestro pueblo es capaz. Para beneplácito personal, ha llegado a mis manos algún material del pintor -norteamericano de nacimiento, mexicano por adopción- Pablo O?Higgins. Comienzo a ver una por una las impresiones de las variadas litografías y frescos con que el pincel del artista captura el colorido, el movimiento, pero por encima de todo, el espíritu del pueblo mexicano. Lo hace con sabiduría, como un testigo impersonal que simplemente deja pasar a través suyo la esencia de un pueblo del cual resulta en poco tiempo enamorado. No es para nada el tecnócrata que señala con índice de fuego las carencias del México de los cincuentas que trata de levantarse por encima de cacicazgos y prebendas. Es el México de los grandes muralistas, al lado de quienes le tocó a O?Higgins comenzar a sentirse tan mexicano como Rivera o Siqueiros. En cada una de las imágenes que tengo frente a mis ojos, encuentro un México digno, que sabe alzarse partiendo de su propia historia. Es el México negro de las minas de carbón, del barro de Cuilapan, del relleno negro maya. Es el pueblo de arcilla roja y dúctil que siembra, que lucha, pero sobre todo que ríe, que canta, y que sabe hallar en el sudor un dulce bálsamo, y en los tacos de las doce, un banquete de dioses.

Es el México que evocan las aguas cantarinas de la costa jalisciense; el del dormido espejo de Janitzio. Es el México que se vuelca en las festividades del santo patrón de cada pueblo. El del misticismo chamula que se eleva a los cielos entre vapores de mezcal y luminarias. Es ese México descalzo, de piel curtida; es el desierto seco que sabe agradecer cualquier lluvia coronándose con flores de cenizo y olor a gobernadora. Es el pueblo de los tamales y el champurrado; de las mojigangas veracruzanas; el de los alebrijes oaxaqueños. Elementos que expresan ese sentir tan nuestro, plasmado finamente por José Guadalupe Posada en su Catrina. Es burlarnos de la vida y de la muerte; de la pobreza propia y de la riqueza de otros. Es sentir que somos mucho porque tenemos como propia la amplitud del cielo, del agua y de los campos.

Es hora de dejar de lado la intención de ser una mala copia de otros países, y regresar al fondo de las propias raíces para ser lo mejor de aquel sueño que cobijó las ilusiones de padres y abuelos.

Ventanas a la vida: volver a lo nuestro a través del arte. Hacerlo como medida terapéutica de emergencia. O?Higgins nos invita a lanzarnos dentro del vientre de nuestra madre-patria a reencontrarnos como mexicanos. Es mostrar al mundo lo que somos, pero sobre todo, comenzar a amarnos por ello, a estimar nuestra mexicaneidad en el justo contexto de la historia

maqueo33@yahoo.com.mx

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