DE VIALIDADES Y OTRAS COSAS
Hace algunos días me tocó presenciar un choque entre dos vehículos. Una camioneta de gran envergadura tripulada por una mujer no respetó un alto, y fue a impactarse contra una camioneta tipo van que llevaba vía libre. Tal fuerza tuvo el impacto, que el vehículo golpeado giró 180 grados, mientras que los vidrios laterales se desencajaron y cayeron al suelo de una sola pieza. Las tripulantes del vehículo impactado, una mujer de mediana edad, y una menor salieron ilesas, sin embargo la conductora entró en una crisis nerviosa, aún cuando no había sido su responsabilidad. Por su parte la responsable caminaba tranquilamente, llamando desde su celular al ajustador de la compañía de seguros.
Con relación a la iniciativa de volver obligatorio el seguro contra terceros, este ejemplo no podría ilustrarlo mejor. Muchos conductores consideran que no hay presupuesto para adquirir un seguro, en este caso contra daños a terceros. Pero entonces, ¿sí va a haber con qué afrontar los gastos y las responsabilidades legales, que pueden derivar de un accidente vial?
Las leyes de tránsito son muy singulares en nuestro país; días atrás un individuo en estado de ebriedad, se cerró mucho al dar la vuelta para tomar una avenida, invadió el carril contrario, yéndose de frente contra un camión materialista. El ebrio fue al hospital, y el conductor del camión a la cárcel, y en lo que son peras o son manzanas, el mal rato nadie se lo quita. Ahora, en el eventual caso de que el conductor del camión no cuente con seguro, el problema es mayor, aún cuando desde un principio él no tenía responsabilidad alguna.
Otro caso nada infrecuente en nuestras calles y avenidas, es el de vehículos que no reúnen los mínimos requisitos para circular, muchos de ellos conducidos por menores de edad. Me ha tocado ver una madre de familia que pone a conducir a su menor hija de cinco años un carrito de golf por diversas calles, mientras ella se encarga del pedal del acelerador. Las he visto pasar por el punto exacto donde la gran camioneta impactó al vehículo tipo van; me asaltó la idea de qué habría pasado si el afectado hubiera sido al carro de golf. ¿Qué podría haber hecho la madre, ante el elemento sorpresa? ¿A dónde hubiera ido a parar la menor, si no lleva ningún tipo de sujeción? Y aunque la llevara, ¿no habría salido disparado por los aires el carrito con sus dos ocupantes, como una lata vacía que un golpe certero hace volar?
En mi práctica pediátrica me ha tocado ver muchos niños accidentados; hay casos cuando es evidente que no pudo evitarse. Sin embargo, en aquellos cuando el accidente es producto de una actitud imprudente de los adultos responsables, no encuentro los calificativos apropiados. La ignorancia o la falta de cultura médica para evitar situaciones de riesgo pudiera ser un atenuante; por desgracia muchos accidentes ocurren por omisiones de personas adultas con un buen nivel de escolaridad y sobrada solvencia económica. Tal es el clásico caso que, dolorosamente, no disminuye: La mamá o el papá conduciendo un vehículo del año, y el niño de uno o dos años en su regazo, o paradito entre el conductor y la portezuela, sujetado por el brazo izquierdo del conductor.
Exceso de confianza; imprudencia; indolencia; negligencia... Aún así, cuando me toca atender un pequeñito con lesiones de diversa gravedad, que perfectamente pudieron haberse evitado, no tengo que buscar las palabras. El niño las lleva todas escritas en su piel magullada, en sus ojos llorosos, en sus ayes de dolor...o en su rictus de muerte.
Ahora que hay sobrados presupuestos para difusión mediática: ¿Por qué no empezar a crear conciencia con respecto a medidas de prevención de maneras más contundentes?... Tantas imágenes bizarras como hay en la televisión comercial, han obnubilado la mente de nuestros televidentes; tantas estridencias han ocluido los oídos de nuestros radioescuchas. Necesitamos una modalidad de mensajes más reales, como se hace en diversos países europeos, para crear conciencia en conductores negligentes. Hay presupuesto; hay especialistas en mercadotecnia; hay estadísticas de Seguridad Pública con relación a accidentes; costos de atención médica, y penalidades por no contar con un seguro de daño contra terceros. Falta sólo quien actúe convencido de que vale la pena prevenir, tanto mediante la educación y en su caso punición de conductores irresponsables, como volviendo obligatorio el seguro de daños a terceros. Lejos de ser visto como una erogación, tenemos que asumirlo como una inversión en la propia tranquilidad, en el eventual caso de vernos involucrados en un accidente.
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