Los mineros de Coahuila están tristes: se les nota en la abatida mirada que se enmascara con el polvo del carbón. Los mineros tienen, como todos los mexicanos, una alma que sufre, pero que también ríe, canta, socializa y aprecia las cosas buenas de la vida. Los mineros aman y respetan a sus familias pero, claro, también les entristece saber que crían hijos para los socavones, pues en la región carbonífera sólo hay oportunidades de empleo en las minas o en los pocitos, que es lo mismo.
Este trabajo es duro y por ello se dice que los mineros de San Juan no hacen huesos viejos. Cómo podrían hacerlos si cavan a profundidades de 180 metros o más bajo tierra; y luego “hacen camino al andar” como dice León Felipe o como canta Juan Manuel Serra: sortean riesgos por casi dos kilómetros de longitud para abrir nuevos frentes de extracción donde, si los deja el grisú, arrancan el carbón a las entrañas de la tierra, el cual, puesto en la superficie, será comercializado por las empresas explotadoras del mineral. Si los coahuilenses tenemos una geografía avara resulta peor su geología: para quitarle unas monedas hay que jugarse la existencia.
Cuando sucede un accidente en las minas, como la reciente explosión de gas grisú en Pasta de Conchos todo parece inexplicable y asombroso, como si lo leyéramos en A.J. Cronin (Las estrellas miran hacia abajo), luego cavilamos en lo maravilloso del siglo XX que a diferencia del XIX fue una centuria de grandes y espectaculares descubrimientos: la era cibernética, los viajes espaciales, los hallazgos en la genética que plantean expectativas sólo imaginadas en el matiz profético de la ciencia-ficción sobre especimenes humanoides o alguna espeluznante prolongación de la vida por medios artificiales.
Entonces nos preguntamos: si vivimos en el siglo XXI, ufanos testigos de los acelerados avances científicos, -obviamente ajenos a la repartición masiva de bienestar económico y otros beneficios sociales- ¿cómo es posible que suceda un siniestro como el de Pasta de Conchos en la región carbonífera?
Son accidentes, dicen los funcionarios encargados de la seguridad industrial como si hablaran de una colisión automovilística; pero nosotros seguimos nuestro cuestionamiento: ¿Cómo es posible que los avances tecnológicos dados en todas las áreas industriales no incluyan los riesgos de las explotaciones mineras? ¿Cómo puede ser que mueran, en forma tan absurda, tan sin sentido, 65 padres de familia cuyos hijos posiblemente irán a ser, o ya son, también mineros y por lo tanto queden expuestos a los mismos riesgos de trabajo en que perecieron sus padres?
Generación tras generación desde 1902 se han repetido las tragedias. Las minas han cobrado 800 vidas desde entonces, en accidentes parecidos. Es mayormente inexplicable que los empresarios de la minería, con tantos años de tristes experiencias, no se apliquen a financiar y conseguir un sistema de alta seguridad que neutralice los riesgos del gas grisú, el cual, nos dicen, podría tener aplicaciones rentables como combustible o energético y dejaría de constituir una presencia mortal en los túneles y socavones de nuestra geología y se transforme en una nueva fuente de desarrollo.
La respuesta la dio hace dos días el director de Relaciones Públicas de Altos Hornos de México, Francisco Orduña. La empresa encargó un amplio estudio sobre la utilización positiva del gas metano o grisú pero nuestras leyes, creo que la misma Constitución, impiden que la Iniciativa Privada del país o alguna inversión extranjera acometa el proyecto: sólo Pemex podría hacerlo. Polvos de aquellos lodos...
Por otra parte el Sindicato de Trabajadores Mineros y Metalúrgicos ha sido obsecuente, desde siempre, con los caprichos de los empresarios. A ello atribuyen los mineros que dejen pulmones y existencias en los tiros donde el gas grisú es una amenaza constante y latente. Los salarios de que hablan mineros y ex mineros dan evidencia de contrataciones resueltas a favor de la empresa; y no sólo eso, el negocio minero más importante en el país magnifica sus utilidades con la vista gorda de los funcionarios de la STPS que permiten el sistema de contratistas en la explotación de las minas, al margen del contrato colectivo y de los salarios y prestaciones del código laboral. En el caso que nos ocupa la mayoría de los mineros accidentados fueron enviados por una empresa contratista, así que IMM está casi a salvo de cubrir indemnizaciones y otros costos de los mineros siniestrados.
Los accidentes se dan, según antecedentes, una vez cada cinco o seis años: uno en 1902 con 200 víctimas; otro en 1969 con 153 trabajadores; uno más en 1958 con 39 muertes; 12 fallecimientos en la explosión de La Morita, en San Juan de Sabinas más otro siniestro con 12 óbitos en el pozo carbonero “La Escuelita”. La gente de la región carbonífera habla en tono resignado: “...y más que podrán seguir”. Una película ya vista por la empresa, el sindicato, el Gobierno Estatal, el Gobierno Federal, los municipios, los medios de comunicación y el pueblo en general; todos nos hacemos cruces de lo sucedido y peleamos para que, ahora sí, sobrevengan acciones decididas y no vayamos a tapar el pozo después del niño muerto. Por desgracia no volvemos a recordar la tragedia hasta que, otra vez, sucedan estos accidentes que nos parecen inexplicables, pero sí tienen explicación y todos tenemos la culpa en una forma o en otra...