El periodista Jorge Fernández, resumió muy bien el sentir de los mexicanos con respecto a lo que ocurre hoy en día en el Distrito Federal:
“Somos el hazmerreír en toda la República Mexicana”, expresó en su programa radiofónico que transmite desde la capital azteca por las tardes.
Diríamos además que los capitalinos han sido cómplices del caos político que viven en estos momentos por su escaso respeto a las leyes.
Quienes han viajado o vivido en la Ciudad de México recordarán con facilidad las constantes violaciones a las leyes de tránsito, amén de las infracciones a los reglamentos urbanos que cometen días tras días los comerciantes ambulantes, limpiavidrios, pordioseros, guaruras, influyentes y etcétera, etcétera.
Y todo ello con la complacencia de las autoridades policiacas siempre dispuestas a hacerse de la vista gorda a cambio de una módica gratificación y bajo la inspiración del popular refrán que dice “el que no transa no avanza”.
Hoy la Ciudad de México está secuestrada por los perredistas y seguidores de Andrés Manuel López Obrador sencillamente porque así lo han querido y permitido los propios capitalinos.
En otras latitudes del país, una acción de tal naturaleza hubiera generado una serie de protestas ciudadanas de tal magnitud que la autoridad no lo hubiera pensado dos veces para actuar y poner orden.
Quizá los fantasmas de la noche de Tlatelolco pesan demasiado en la conciencia de los capitalinos o quizá están tan acostumbrados a violar las leyes que no les importa que los inconformes tomen el centro de la ciudad y sus principales avenidas en perjuicio del resto de la población.
Este lunes por fin las autoridades, en este caso las federales, tomaron acciones para impedir más desorden al desalojar a legisladores del PRD que con toda alevosía intentaban secuestrar el Palacio de San Lázaro.
El objetivo final era muy claro: impedir que se concretara la instalación de la nueva Cámara de Diputados así como la realización del Sexto Informe presidencial. Si el plan les hubiera funcionado el siguiente paso sería bloquear el cambio de poderes del primero de diciembre.
Obviamente el desalojo policiaco generó protestas y reclamos airados, incluso del secretario de Seguridad capitalina, Joel Ortega, quien sin dejo de vergüenza expresó que la Ciudad de México merecía una disculpa por la ofensa realizada por los agentes de la Policía Federal Preventiva.
Algunos medios de comunicación se atrevieron a defender a los irresponsables legisladores y no faltó quien pidiera una investigación para procesar a los policías por su brutalidad.
Las autoridades capitalinas se han conducido hasta hoy con demasiada tolerancia y las federales con una paciente prudencia ante el aquelarre organizado por López Obrador.
Pero todo tiene límites y fechas. Este lunes el Gobierno Federal asumió al fin su responsabilidad de actuar y poner un hasta aquí a los desmanes de las huestes perredistas, al menos en los ámbitos que le corresponden.
A su vez el Gobierno del Distrito Federal, al mando de un incondicional de López Obrador, no quiere hacer su tarea y por el contrario protege toda acción del PRD.
Asienta el dicho que “la culpa no la tiene el indio, sino quien lo hace compadre”. En el caso que hoy nos ocupa, la población capitalina le dio a López Obrador una carta blanca para violar la ley desde el momento mismo que le permitió participar como candidato al Gobierno del DF sin contar con la residencia que exige la Ley Electoral.
De ahí en adelante las irregularidades se han sucedido una tras otra, mismas que Andrés Manuel ha explotado para proyectar su imagen política como fue el caso del desafuero.
Lo más lamentable es que todavía miles de capitalinos siguen deslumbrados por Andrés Manuel y le creen todas sus barbaridades. Como bien decía mi tía: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.
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