RECUERDOS DE BRUSELAS
Bruselas, la capital de Bélgica, es el paraíso de las mujeres ricas.
En una sola calle, larga, elegante, señorial, hay boutiques puerta con puerta de Yves St. Laurent, Regine, Paco Rabane, Coureges, Dior, Balenciaga y demás, en provechosa competencia de lujo, buenos precios, y exquisitos modales de vendedoras de lujo a las que es difícil decir: ?pues sí, me gusta mucho, pero después regreso?.
Un original de algún modista francés: 500 dólares... Un abrigo de foca, así de largo, 900 dólares... Los anillos en gran profusión en manos y pies: son la novedad permanente. Los de los dedos de los pies tienen campanitas que tintinean al caminar... Lo que ya no se ven son las bandas frontales, tipo piel roja, como las que usan algunas tenistas.
Imposible no dejar de admirar en los cafés al aire libre mejor situados, a las muchachas de faldas cortas con aberturas laterales que, en muchos casos, hasta dejan ver la ropa interior.
Un gran letrero muestra a un señor de ceño fruncido y dedo extendido que advierte: ?Las pastillas anticonceptivas engordan?... Sorprende que el ultra famoso muñequito símbolo de la ciudad, el Mannecken Pis, tenga sólo 35 centímetros de altura. Ejércitos completos de turistas lo contemplan y retratan.
En los escaparates de las fruterías, albeantes como joyas preciosas, cajas de fresas del tamaño de una mandarina y ciruelas de un rojo rabioso... Moda chic: los relojes para hombre y mujer tienen ahora el mismo tamaño... Un viaje a Gante y a Brujas en un recorrido automovilístico es transportarse al pasado, a la época de la capa y la espada.
Y la primera sorpresa se recibe en el trayecto cuando se ve que los campesinos de Flandes viven en casas que superan en mucho a nuestras mejores residencias... Albeantes, inmaculadamente limpias están las aldeas, ciudades, calles, fachadas... ¿Será posible que el polvo, los niños pide caridad de la calle, la mugre, la miseria extrema sean monopolio exclusivo de los países latinoamericanos?
Es domingo, y por las calles de Gante, cercadas por casas construidas ayer, o hace tres y cuatro siglos, embaldosadas, corren velozmente Ferraris para dos pasajeros, diminutos pero potentes Alfa Romeos, imponentes Masseratis.
La gente se reúne alrededor de kioscos donde bandas municipales tocan marchas militares y valses, llena las iglesias, atiborra los innumerables, simpáticos cafés al aire libre donde se charla sabrosamente mientras los hombres de edad fuman sus largas pipas, que dejan escapar volutas de un humo azul.
Sobre la cúpula de la catedral de Gante, varios jets vuelan a la velocidad del sonido y dejan una blanca y delgadísima estela de humo blanco sobre el cielo azul... Brujas y sus canales, su aspecto y ambiente medieval, sus preciosos encajes hechos a mano forman fuerte contraste con los miles de turistas en shorts y playeras que la visitan.
Sus discotecas funcionan desde media tarde y en muchos hay letreros que advierten: ?Prohibida la entrada a africanos?. No es por discriminación, pues no la hay, sino por lo rijosos y alborotadores que son.
Uno quisiera quedarse aquí indefinidamente con sólo ver a tanta muchacha bella como hermosa con su piel blanca, su tez sonrosada, sus ojos azules, sus dulces sonrisas... Las muchachas belgas han atrapado, más que todas las de otros países europeos, el corazón de los pocos herederos nobles que quedan por allí. Tienen el porte natural de las reinas.
Siento un vacío en el pecho al pensar que mañana tengo que abandonar Bélgica, mientras suena alegremente el tintinear de un tranvía urbano que serpentea a mitad de la calle.