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CRÓNICA DE VIAJE

POR RICARDO RUBÍN

LOS VOLADORES DE PAPANTLA

Cuando los españoles llegaron a conquistar México, encontraron a extraños guerreros llamados caballeros-tigres, caballeros-águila, caballeros-jaguar.

Eran aztecas que se disfrazaban con las pieles y la cabeza disecada de esos animales para adquirir su valor y su destreza, y demostrarla en la pelea y en la guerra. Todos desaparecieron, pero hoy perduran los caballeros-águila, representados por los Voladores de Papantla, que surcan los aires desde alturas que producen vértigo.

Los Voladores de Papantla son descendientes de la raza totonaca que aún vive en el Estado de Veracruz, y que actúan en fiestas religiosas y como atractivo turístico, y una de sus presentaciones más espectaculares es la que ofrecen en la ciudad de Cuetzalan, Estado de Puebla, durante las fiestas de San Francisco, patrono del lugar, que se inician el cuatro de octubre.

Cuetzalan es una ciudad pequeña, de calles angostas y empedradas, casas de techos de tejas rojas, y generalmente envuelta en una tenue neblina por la humedad del clima. La fiesta principal se celebra en la plaza central, frente a la iglesia de San Francisco, donde se coloca erguido un sólido y recto palo de 30 metros de altura.

Este largo mástil se buscó en lo profundo de la selva veracruzana, entre las ceibas y majaguas de mayor altura, porque son de madera firme y dura, y al mismo tiempo ligera. Fue cortado con hachas, y después modelado con machetes y cincel. Ya listo el largo palo, fue arrastrado por bueyes desde la selva hasta la iglesia, y bendecido allí, y ahora se cuida por el gran valor que tiene.

Los Voladores de Papantla que toman parte en el espectáculo son cinco: cuatro que volarán por los aires, y el quinto que se mantendrá en lo alto de un marco de madera que gira, tocando la flauta y el tambor, y rezando a sus dioses ancestrales, y porque todo salga bien.

Todos visten sus trajes típicos: pantalones rojos, holgados, con dibujos caprichosos, una blusa blanca, mocasines de cuero, y sobre la cabeza, bien sujeto, un penacho hecho de plumas de brillantes colores.

El marco de madera que hay en el extremo superior del alto palo tiene en cada esquina una cuerda que se enrolla cerca de la cúspide. El alto mástil tiene además enrollada a lo largo de todo su tronco otra fuerte cuerda por la que suben los hombres voladores.

Ya arriba, y ante la expectación general, los cuatro hombres-águila se colocan en cada extremo del marco de madera, se atan a ambos tobillos una punta de cada cuerda mientras el caporal, como se llama al quinto hombre que toca la flauta y reza, hace las invocaciones necesarias, hasta que da la orden para que el evento principie.

Abajo, apiñada, la multitud mira hacia lo alto del altísimo palo, con el corazón en suspenso por la emoción y un sentimiento de peligro. Cuando los Voladores reciben la orden, se lanzan al vacío, con toda sangre fría, y según van descendiendo, el marco de madera gira en la parte superior al impulso de los hombres águila. La cuerda que los sujeta se va desenrollando poco a poco, y los cuatro voladores giran en torno al palo, descendiendo lentamente, semejando majestuosas águilas que vuelan en el espacio azul. Las vueltas que dan al ir descendiendo de cabeza se hacen más amplias cada vez, hasta que los voladores logran tocar tierra. El acto ha demorado pocos minutos, pero la emoción, el peligro, el suspenso de aquella hazaña, permanece en todos los presentes durante bastante tiempo.

El pueblo de Cuetzalan, que en totonaca significa ?cerca de los quetzales?, esos pájaros de bellísimo plumaje que son ahora difíciles de encontrar, se encuentra entre la ciudad de Puebla y el puerto de Veracruz. Hay hoteles limpios, cómodos y baratos, aunque durante la festividad de San Francisco se dificulta a veces encontrar alojamiento.

Cerca de Cuetzalan está la zona arqueológica de El Tajín, una de las más valiosas y completas ciudades pertenecientes a la raza totonaca, y donde se construye un lujoso hotel. El Tajín tiene preciosas e imponentes ruinas prehispánicas, que muestran la grandeza y el sorprendente genio constructivo del pueblo totonaca, que hicieron pirámides y templos de piedra de una perfección sorprendente.

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