MONTECARLO Y SUS VIEJAS HISTORIAS
Cuando todos van a Mónaco, uno de los primeros lugares que visitan es su famoso Casino de Montecarlo, pero pocos saben que todo el éxito y la prosperidad del mismo se debe al genio financiero de un hombre: Francois Blanc.
La historia es interesante: Carlos III, el príncipe ciego de Mónaco otorgó a Blanc la concesión de la sociedad que manejaría los principales atractivos turísticos del principado. Lo que hizo Blanc de inmediato fue reconstruir y modernizar el viejo casino que existía, y darle el nombre de Casino de Montecarlo en honor del príncipe invidente.
Al mismo tiempo, el ingenioso funcionario comprendió que para que el casino atrajera a las figuras más importantes y ricas de la nobleza europea y del mundo entero, debía tener un hotel excepcional que les ofreciera comodidad, lujo y buen servicio. Así, inició de inmediato la construcción del que sería el renombrado Hotel de París, al principio de sólo dos pisos, que se inauguró en 1864, un año antes de la reapertura del nuevo y remodelado Casino de Montecarlo. El flamante hotel se construyó a semejanza del Grand Hotel del Bulevard de los Capuchinos, de París.
Tres años más tarde se puso en servicio el ferrocarril Niza-Mónaco, y dos años después una nueva carretera unió a la Costa Azul con el principado. Montecarlo, gracias a su casino, su hotel y a otras atracciones turísticas que se crearon surgió como el lugar dorado y frívolo preferido de la aristocracia de todo el mundo.
Las historias reales que se han hecho leyenda del casino y del Hotel París se siguen recordando. El príncipe ruso Cerkessky, por ejemplo, era un gran devoto de las flores. En cuanto llegaba al hotel contrataba a varios jardineros para que en las suites que ocupaba siempre hubiera flores frescas. Pero no le gustaban en floreros, sino en sus propias macetas y almácigos, donde tenían que ser cultivadas y cuidadas por la noche para que, cando él llegara en las mañanas, después de jugar toda la noche en el casino, encontrara flores frescas y radiantes a su alrededor.
Otro príncipe ruso, apellidado Muletin, cuando ganaba en el casino y regresaba al hotel le gustaba arrojar por la ventana monedas de oro que eran recogidas con entusiasmo por la muchedumbre que se apiñaba abajo, y que estaba pendiente de la llegada del excéntrico personaje.
La princesa Olga Suvarov ganó una noche en el casino la fabulosa cantidad equivalente a cinco millones de rublos. Quiso organizar una fiesta especial para agasajar a sus amigos y a muchos pobres de la ciudad, pero la gerencia del Hotel París no lo permitió porque iba en contra del estilo del lujoso establecimiento y podía molestar a sus otros distinguidos huéspedes.
La princesa rusa, entonces, alquiló un palacete por 24 horas y reunió a una verdadera multitud de amigos y gente desconocida a la que agasajó con los mejores vinos y viandas. Cuando el plazo del alquiler se venció y había que desalojar el lugar, la gente estaba tan alegre y feliz que la princesa decidió que la juerga continuara y compró el inmueble.
Poco después, con el triunfo de la Revolución Rusa, los aristócratas de dicho país perdieron fortunas y bienes, pero la princesa Suvarov pudo sobrevivir alquilando su palacete a ricos europeos.