POR RICARDO RUBÍN
VISITA FUGAZ A SAN FRANCISCO
Muy orgullosos están los sanfranciscanos de su bella ciudad, tan llena de contrastes, historia, charm, tradiciones, y de las muchachas que junto con las de Dallas y Nueva York son las más elegantes de los Estados Unidos, pero que revientan cuando algún fuereño los menosprecia diciéndole ?Frisco? a San Francisco.
En Park Avenue, las parejas cincuentonas pasean lentamente: ellos invariablemente de sombrero y ellas con ligeros pero caros abrigos... Llenas las tiendas, los almacenes como Macy?s, que ahora abre cinco horas los domingos, los clubes nocturnos, el restaurante Top of the Hill que domina toda la bahía y deja ver hasta varios kilómetros más allá si el día está despejado, pero en el que hay que hacer reservación con varios días de anticipación.
No bien se acaba de acomodar uno en el taxi y ya debe casi tres dólares al taxista. Para evitar más asaltos a esos conductores, un letrero sobre el respaldo de su asiento advierte que el conductor deposita todos los billetes en una caja hermética que llama a la policía al primer intento de ser violada... Guapísimas quinceañeras sirven mesas y bailan semidesnudas en las barras contiguas a Plaza Union Square, o en 100 cabaretitos de la calle Broadway, de las 10:00 de la mañana a las 2:00 de la madrugada... Uno anuncia ?Noche de aficionados. Muchachas de fuera de la ciudad especialmente bienvenidas?... Por todas partes se quiere atraer al turista con grandes anuncios en luz neón: Toples, bottoples, desnudo integral... Cualquier copa: dos dólares, pero hay que pagar al instante un mínimo de dos.
El frío sopla del Pacífico sobre la bahía del puerto. Lo alto de los edificios amanece envuelto en la neblina... En tres días de estancia aquí, y en uno de un sol brillante pero nebuloso, he visto sólo dos chicas atrevidas en hot pants. Eso si, abundancia de pantalones entallados que denotan que no se usa ropa interior. En algunas fiestas donde hay calefacción, vestidos con aberturas que permiten ver rosados y blancos muslos, blusas que por un centímetro no dejan los senos al descubierto total. Pero todas las sanfranciscanas se comportan con naturalidad, porque saben que son las mujeres más sofisticadas y vanguardistas del país.
Nadie que haya venido a San Francisco ha dejado de subir a su tranvía que sale del centro de la ciudad, cruza el Barrio Chino y llega hasta Nob Hill, donde está el Muelle de Pescadores. Ese tren abierto es el símbolo de la ciudad... ¿Y si se resbala?, preguntan muchos. Pero no lo hará. Sus frenos son tan poderosos que cuando se aplican con fuerza las ruedas se alzan, pues automáticamente entran en acción unas cuñas de acero bajo las ruedas que las hacen quedar soldadas a las vías. Esto lo explica el amable y rubio conductor a unas damas que externan su preocupación al subir una pendiente.
Doscientos doce millones de pesos costó la iglesia católica de Saint Mary... No es preciso tener llave de socio para entrar al Club Playboy. El pasaporte mexicano basta para que nos coronen ?Celebridad internacional?... Conejitas por donde quiera, jaiboles a cinco dólares, caravanas y sonrisas, comida exquisita y chicas preciosas y muy francas: ?Me llamo Sarah. ¿Les puedo traer más agitadores, cerillos, otra copa??. Es rubia, de hermosas y largas piernas. No debe tener más de 18 años... Los muros de madera del bar están cubiertos de fotografías a colores de algunas de las chicas más espectaculares que han adornado las páginas centrales de Playboy. Pedimos la cuenta y el gerente de la casa dispone que se nos sirva una copa más cortesía de Playboy, ?para los buenos amigos periodistas mexicanos?.
Es un pecado imperdonable estar en San Francisco y no ir al Fisherman Wharf, sitio de pescadores y de restaurantes de mariscos. Allí se crió el gran Joe DiMaggio, que llegara a ser uno de los beisbolistas más famosos de Estados Unidos, y que además fue esposo de Marilyn Monroe... Sorprenden los cangrejos del tamaño de un guante de beisbol. En algunos muelles, en pequeños kioskos, los venden cocidos para comerlos allí mismo con una cerveza fría, mientras se ve el movimiento de los barcos de paseo que llevan a los turistas por la bahía, al puente Golden Gate y a la que fuera legendaria prisión de Alcatraz.
El viento frío que viene del Pacífico sopla duro e inclemente. Estamos protegidos con gruesa chamarra marinera de tres cuartos de largo, una gorra de marino de lana pura, guantes y bufanda, pero las puertas abiertas de un bar nos invitan a entrar y allí el ambiente es cálido, hay gran animación y todo el mundo ríe y se ve feliz. Pedimos un tarro de cerveza y después del tercer sorbo comenzamos a sentir calor. Nos quedaríamos más tiempo aquí, pero hay que regresar al hotel antes de que el frío se vuelva congelante y caiga la noche.