Hace algunas semanas tropecé con el tratado de pintura de Leonardo da Vinci, que había estado dormido durante años en mi librero. Por alguna razón lo había encontrado pesado y un tanto tedioso, sin embargo en esta nueva lectura me maravilló su sabiduría y sus detalles de genio observador. También es un testimonio de la moral y las costumbres de su tiempo. Por ejemplo, el maestro recomienda lo siguiente: ?las mujeres se representarán con actitudes vergonzosas, juntas las piernas, recogidos los brazos, la cabeza baja y vuelta hacia un lado?. Leonardo respondía plenamente al mercado del arte, que dictaba los temas apropiados y de moda. En aquel tiempo los artistas se acomodaban al gusto de sus clientes (la iglesia y los príncipes) y en franca competencia mercantil, perfeccionaron las artes del retrato, las escenas épicas y los episodios religiosos. Cierto es que genios como Leonardo o Miguel Ángel dictaron normas propias, pero estaban insertos en el mercado e iban al ritmo de sus ventas. Leonardo cobraba caro sus servicios, Rafael vivía como un príncipe, Alberto Durero se vestía con las mejores sedas de Venecia. Dejando a un lado el romanticismo, los artistas clásicos vendían y vivían muy bien. Actualmente nos encontramos con circunstancias distintas y muy complejas. De entrada tenemos más artistas que en ningún otro momento histórico: como diría Chava Flores, ni un hormiguero tiene tanto animal. A esta sobrepoblación hay que sumar los múltiples medios de expresión, que van de los tradicionales (pintura, grabado, escultura) a los electrónicos y cibernéticos hasta géneros donde todo es posible: instalación, performance, arte objeto y un largo etcétera. Y todos estos changos y sus innumerables materiales de trabajo entran en la ensalada tutti fruti que nos da por llamar arte. Pero ubiquémonos en Torreón: no hay muchos artistas y de los pocos que hay, un amplio segmento se dedica básicamente a lo que los artistas de antaño solían hacer: darle gusto a sus clientes. Y si los clientes laguneros son en su mayoría gente con poder adquisitivo, pero sin demasiado tiempo para asesorarse en materia cultural, pues nos encontramos con el panorama obvio: los artistas hacen bodegones, retratos, paisajitos tipo San Miguel de Allende o a lo mucho abstracciones decorativas o desnudos (respetando siempre el pudor Leonardesco). Ojo, no critico estos géneros, no hay nada de malo en practicarlos. Pero me parece que los creadores, sobre todo los que comienzan a forjar su carrera, deben desentenderse del gusto del público y responder a su mandato interior. El artista debe educar a sus clientes, crear nuevos espacios para las infinitas posibilidades del arte actual. Uno de los primeros escollos a derribar es el gusto limitado y limitante de un público que favorece ante todo el arte light. Ni modo, en términos de arte, Torreón es el Viejo Oeste y hay que abrirse paso aunque sea a balazos (y con esto no incito a la violencia, sino a cargar el revólver de las ideas para tirar plomazos con nuevas estrategias). Entre la Florencia de Leonardo y el Torreón del Santos Laguna hay un abismo insondable que nos invita a escribir nuestra propia, única e irrepetible historia.
PARPADEO FINAL
La poesía está en cada esquina y las noches calurosas favorecen la lírica y el buen decir. Ante la súbita visita de un par de cucarachas, Flavio comenta ?las cucarachas salen: señal de que ha llegado la Primavera?. Una página de la poesía mexicana se ha escrito. Por mi parte llevo tres días matando cucas que invaden mi casa. Y si a esto le sumamos los alaridos de mis vecinitos, entonces podemos hablar de un safari doméstico con fauna salvaje y nativos gritones. Qué bonito es vivir. Help, please.
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