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Crónica del Ojo / COMPLACIENDO A LA CLIENTELA

Miguel Canseco

Hace algunas semanas tropecé con el tratado de pintura de Leonardo da Vinci, que había estado dormido durante años en mi librero. Por alguna razón lo había encontrado pesado y un tanto tedioso, sin embargo en esta nueva lectura me maravilló su sabiduría y sus detalles de genio observador. También es un testimonio de la moral y las costumbres de su tiempo. Por ejemplo, el maestro recomienda lo siguiente: ?las mujeres se representarán con actitudes vergonzosas, juntas las piernas, recogidos los brazos, la cabeza baja y vuelta hacia un lado?. Leonardo respondía plenamente al mercado del arte, que dictaba los temas apropiados y de moda. En aquel tiempo los artistas se acomodaban al gusto de sus clientes (la iglesia y los príncipes) y en franca competencia mercantil, perfeccionaron las artes del retrato, las escenas épicas y los episodios religiosos. Cierto es que genios como Leonardo o Miguel Ángel dictaron normas propias, pero estaban insertos en el mercado e iban al ritmo de sus ventas. Leonardo cobraba caro sus servicios, Rafael vivía como un príncipe, Alberto Durero se vestía con las mejores sedas de Venecia. Dejando a un lado el romanticismo, los artistas clásicos vendían y vivían muy bien. Actualmente nos encontramos con circunstancias distintas y muy complejas. De entrada tenemos más artistas que en ningún otro momento histórico: como diría Chava Flores, ni un hormiguero tiene tanto animal. A esta sobrepoblación hay que sumar los múltiples medios de expresión, que van de los tradicionales (pintura, grabado, escultura) a los electrónicos y cibernéticos hasta géneros donde todo es posible: instalación, performance, arte objeto y un largo etcétera. Y todos estos changos y sus innumerables materiales de trabajo entran en la ensalada tutti fruti que nos da por llamar arte. Pero ubiquémonos en Torreón: no hay muchos artistas y de los pocos que hay, un amplio segmento se dedica básicamente a lo que los artistas de antaño solían hacer: darle gusto a sus clientes. Y si los clientes laguneros son en su mayoría gente con poder adquisitivo, pero sin demasiado tiempo para asesorarse en materia cultural, pues nos encontramos con el panorama obvio: los artistas hacen bodegones, retratos, paisajitos tipo San Miguel de Allende o a lo mucho abstracciones decorativas o desnudos (respetando siempre el pudor Leonardesco). Ojo, no critico estos géneros, no hay nada de malo en practicarlos. Pero me parece que los creadores, sobre todo los que comienzan a forjar su carrera, deben desentenderse del gusto del público y responder a su mandato interior. El artista debe educar a sus clientes, crear nuevos espacios para las infinitas posibilidades del arte actual. Uno de los primeros escollos a derribar es el gusto limitado y limitante de un público que favorece ante todo el arte light. Ni modo, en términos de arte, Torreón es el Viejo Oeste y hay que abrirse paso aunque sea a balazos (y con esto no incito a la violencia, sino a cargar el revólver de las ideas para tirar plomazos con nuevas estrategias). Entre la Florencia de Leonardo y el Torreón del Santos Laguna hay un abismo insondable que nos invita a escribir nuestra propia, única e irrepetible historia.

PARPADEO FINAL

La poesía está en cada esquina y las noches calurosas favorecen la lírica y el buen decir. Ante la súbita visita de un par de cucarachas, Flavio comenta ?las cucarachas salen: señal de que ha llegado la Primavera?. Una página de la poesía mexicana se ha escrito. Por mi parte llevo tres días matando cucas que invaden mi casa. Y si a esto le sumamos los alaridos de mis vecinitos, entonces podemos hablar de un safari doméstico con fauna salvaje y nativos gritones. Qué bonito es vivir. Help, please.

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cronicadelojo@hotmail.com

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