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Crónica del Ojo / DEL BOSQUE Y EL DESIERTO

Miguel Canseco

Como en la canción de Cepillín, alguna vez me perdí en el bosque. Esto fue hace varios años, al Norte de Canadá. Andaba en la baba, me alejé de mis amigos y de pronto sopas, puros árboles y silencio total. Puse mi gesto oficial de preocupación extrema y seguí caminando para donde Dios me dio a entender, con el pánico de encontrarme un oso hambriento (creo que he visto demasiados documentales, en fin). En mi citadina ignorancia había experimentado el bosque sólo como estampita o de pasada por la carretera: en ese momento el bosque se reveló como un imponente santuario, amenazante y sobre todo, hermoso. Aunque estaba a punto del soponcio, fue muy emocionante caminar por esos parajes virginales. La historia tuvo final feliz y esa noche me curé el susto al calor de unos vodkitas.

Desde entonces la palabra paisaje significa mucho más para mí. Fui el viajero distraído que necesitó perderse para vivir el paisaje que lo rodeaba. Otros se pierden voluntariamente y renuevan su mirada sobre espacios que se convierten en estados de ánimo. Los chinos se enteraron de esto hace más de mil años y dejaron constancia de su visión filosófica en magníficos paisajes trazados en tinta. En Occidente la tradición es centenaria y resulta interesante ver que el paisaje es un hilo conductor que nos lleva, casi sin escalas, de Caspar Friedrich a Richard Long. Directa o tangencialmente el paisaje sigue funcionando como metáfora, visión interior y representación exterior.

En la Comarca Lagunera el paisaje es un parte integral del discurso político, social y artístico, sin embargo son pocos los creadores que lo han explorado a fondo. Entre estas excepciones está José Valdez con sus hipnóticas visiones alegóricas de Torreón y sus alrededores, donde rescata elementos del paisaje urbano que normalmente pasan desapercibidos y que cobran fuerza de talismán dentro de su obra. Otro caso interesante, en sentido opuesto, es el del paisajista Rafael Aguirre, que actualmente presenta su obra en la Casa del Cerro. Su pintura es ligera y representa exactamente lo que el público común espera de un pintor: sentimentalismo y discursos hiperbólicos sobre aspectos temáticos y técnicos bastante rutinarios. Paisaje sin sorpresas. Así pues, sigue vacante el sitio del gran paisajista que pueda reinventar en su obra las montañas y el magnífico desierto que rodea esta ciudad. (Digo, las resonancias simbólicas del desierto son como para dedicarle una vida entera). Los intentos por cercar, comprender y homenajear esta maravilla natural no cesan y se dan continuamente, con mayor o menor fortuna. Borges decía que el espacio es una categoría más modesta que el tiempo. Eso me hace pensar que al tratar con el paisaje se toca un tema complejo que se conecta de forma directa con nuestra ubicación en este lugar, en este tiempo, con nuestros límites humanos en contraste con los límites de la naturaleza. Tremenda bronca. Representar nuestro paisaje es un asunto peliagudo y apasionante que aún espera una mano sabia que sepa resolverlo.

PARPADEO FINAL

Y siempre termino citando a Borges. Bueno, es que nunca falla, sirve para ligar, meditar, reír y supongo que hasta para morirse. Borges, ajonjolí de todos los moles, vienes a salvarme cuando ando con ganas de decir algo trascendente y nomás no me da la neurona. Más de uno pone los ojos en blanco cuando escucha la frase mágica: ?Borges decía que??. Benditos sean los maestros que lo sacan a uno del apuro.

Nos leemos el próximo jueves, que Borges me los cuide y los libre de todo mal.

E-mail: cronicadelojo@hotmail.com

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