Decían que José de Ribera (1591-1652) mojaba su pincel en la sangre de los santos. Desde sus cuadros palpitan los ojos vidriosos de los santos ancianos y la saliva de sus bocas abiertas en dolor o en éxtasis. En sus telas vibran las manos callosas, los mendrugos de pan, los viejos libros, el aceite de los alimentos, el mal aliento de los taberneros, las cebollas y las heridas. En los ojos y el corazón de José de Ribera habitaron enanos, mujeres barbudas, cretinos, borrachos y faunos. Por todas estas cosas creo que José de Ribera es mi mero valedor. Me tardé varios años en aceptarlo.
Desde niño me fueron inculcados varios deberes. Uno, creer que sólo hay tres artistas mexicanos, Rivera, Orozco y Siqueiros. Dos, reconocer que Miguel Ángel y Leonardo son los más grandes artistas de la humanidad. Tres, admirar a Salvador Dalí como el padre del surrealismo. Éstos fueron asuntos que con el tiempo y unas pocas lecturas pude desmentir. México no empieza ni termina en los muralistas y como diría Octavio Paz, entre Rivera, Orozco y Siqueiros el mejor es Gunther Gerszo (yo en lo personal me quedo con el Corzito). Leonardo y Miguel Ángel fueron gloria del género humano pero antes de ellos hubo un Fra Angelico, un Piero Della Francesca, Giotto o Duccio que no se les conoce tanto, pero no son menos que sus herederos. Salvador Dalí es el frente más popular del movimiento surrealista, pero dista de ser el mejor. Queda el poeta Benjamín Peret, André Breton y sobre todo Luis Buñuel, entre muchos otros que son equiparables o superiores a el. En fin, después de mucho pensarle he podido aceptar, so pena de excomunión, que la panza del sileno borracho de José de Ribera me conmueve mucho más que el David de Miguel Ángel. Son gustos personales, pero también es hambre, avidez por buscar más de lo que la escuela y el gusto general ofrecen. Investigar más allá de la marquesina y encontrar aquellos nombres ocultos de la historia del arte que al final no son pequeños sino poco populares. Todo es asunto de apetito. Uno se puede saciar pensando que Rafael Cauduro es el mejor pintor mexicano vivo. No coincido, pero en fin, puede ser peor, hay quien piensa que Martha Chapa es la más grande pintora y ahí sí está grave. Por otro lado muchos calman su apetito pensando que no hay más ruta que Gabriel Orozco, lo cual también es un poco triste. Mi recomendación para todos es que, si les interesa el arte, abran su apetito y no se vayan con el primer platillo que les presenten. Cierto, en muchos casos, lo popular es en verdad bueno, pero no en todos. Hay que buscar siempre más. El hambre de conocimiento implica un riesgo es un ánimo de evitar los caminos transitados y tomar veredas escondidas sin un fin determinado. Al final de la búsqueda, después de haber probado muchos platillos quedará como resultado un criterio propio, individual e intransferible. No puedo más que invitarlos a este egoísta pero necesario camino en busca de los gustos personales. Siempre será un buen comienzo alejarse de las multitudes que aplauden.
PARPADEO FINAL
Hablando de hambre ahí les va este menú: media copa de burdeos, pulque, arroz, sopa de tallarines, chile piquín, roast beef, frijoles, fruta, café y para cerrar una copa de rompope. Tales fueron los alimentos de Benito Juárez en su último día de vida. A nadie extrañe que para la media noche un torsón acabara con la vida del prócer. En fin, ésa fue una curiosidad histórica nomás por el puro gusto. Sea pues, nos leemos el próximo jueves.
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