?La cofradía está fundada sobre la convicción de que el hombre no es libre y que, ligados por completo a las leyes de la naturaleza, todos los hombres se encuentran obligados sin otra alternativa a obedecer sus impulsos, aun cuando éstos conduzcan a acciones que suelen ser comúnmente consideradas como crímenes?, así reza el segundo párrafo de los estatutos generales de la Cofradía de los Amigos del Crimen, una institución concebida por el Marqués de Sade para su novela Julieta o el Vicio Ampliamente Recompensado. La cofradía acepta exclusivamente a personas extremadamente ricas, nobles y príncipes déspotas y pervertidos. Dentro de la cofradía se practican toda clase de actos bestiales sobre víctimas pobres e inocentes (para las cuales no existe la menor compasión). A fuerza de imaginar ubiquemos a la Cofradía en las inmediaciones de Ciudad Juárez. Los miembros son millonarios que secuestran, violan y matan a jovencitas pobres. Acaban con centenares de ellas sin ser jamás detenidos o investigados: saben que el dinero brinda absoluta impunidad y es el nido que la naturaleza brinda a los pecadores y libertinos nefandos. Cierto, hablo de las muertas de Juárez, un mal muy real que emula y supera la brutalidad concebida por Sade. Entre las múltiples hipótesis, aquélla que señala a individuos poderosos es la más popular. ¿Será cierta? No lo sé, no lo sabemos, tal vez (triste país) nunca se sepa. Pero las muertas de Juárez han hecho correr ríos de tinta y son garantía de venta de libros. Queda claro que no hay nada más atractivo para el público (aparte del sexo) que la sangre. Y uno se muerde las uñas cuando se acerca sigiloso el asesino, mientras la victima está distraída comiendo mocos y uno sabe que ahí viene el malo, que se la va a cargar la tostada y de pronto ¡chin! te interrumpen y dices ?pérame que la película está bien buena? o de plano no quieres cerrar el libro o mientas madres si viene un apagón y se joroba la tele. Justo ahí has quedado atrapado en el vértigo exquisito del asesinato. Y los artistas, en especial los escritores, hacen su agosto y el crimen es el jardín donde las gentes de la pluma recogen historias y atrocidades como quien cosecha fresas silvestres. En un libro todo se ve, todo se oye, y la cofradía de los amigos del crimen revela todos sus secretos. Pero la realidad genera novelas insuperables: una luchadora (autodefinida como ruda de corazón) se viste de enfermera y se escabecha ancianitas porque le caen bien gordas. Si a alguien se le hubiera ocurrido seguro es best seller o mínimo beca estatal. Es una maravilla más al salón de la fama del crimen mexicano. Ahí están las ?Poquianchis?, Goyo Cárdenas y las niñas muertas de Ciudad Juárez? triste licor el de la desgracia ajena. Por mi parte soy de los que devoran novelas y películas de maleantes, pero me asusto si me corto un dedo de la mano. El crimen llevado a las bellas artes es un placer, pero al menos para mí resulta un tanto culposo, sobre todo cuando se basa en un hecho real. Odio la hemoglobina y amo la catsup cuando, camuflada de sangre, mancha la pantalla. Ojalá nos dedicáramos a matarnos exclusivamente en libros y en películas. Vana esperanza, ya que la realidad, para bien y para mal, es mucho más compleja y la cofradía de los amigos del crimen, después de todo, parece que no es un cuento.
PARPADEO FINAL
Pero, ¿no seremos todos changos salvajes? ¿Por qué la violencia termina glorificada? Pienso en las palabras de Konrad Lorenz: ?los seres humanos no somos lo que creemos ser. El eslabón perdido entre el simio y el hombre somos nosotros?. Me quedo meditativo, con la mirada perdida y un puchero en la boca mientras con una mano me rasco la panza y con la otra sostengo un nutritivo y delicioso plátano. El mundo se ve extraño desde lo alto de mi rama.
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