A estas alturas todo mundo sabe el cómo y cuándo del deceso de Steve Irwin, el cazador de cocodrilos que tuvo una muy surrealista muerte por el certero aguijonazo de una mantarraya extrañamente enchilada. Todo el asunto está capturado en video y por lo pronto dicho filme está bajo custodia de la policía australiana, para frustración de todos los que buscan imágenes amarillistas (malditos gusanos). Bueeeno, la verdad es que ya me eché un chapuzón en Internet a ver si de por ahí había algo, pero afortunadamente no hay nada más allá de los reportes escritos.
Ok, es morbo, lo sé, cuán despreciable, pero los ojos humanos son tiburones que huelen y disfrutan de la sangre. La diferencia es que los tiburones buscan la sangre por hambre y nosotros por un placer aderezado con culpa y miedo, mezcla que es, en resumen, irresistible. Pero el morbo es historia añeja. Pocas cosas confieren tanto poder como el misterio de lo prohibido y muchas fortunas se han amasado por la explotación de este sentimiento (ahí te hablan Madonna).
Enumerar las imágenes sangrientas y comercialmente redituables del último siglo tomaría una enciclopedia completa. La violencia y el sexo son efectivísimas herramientas de venta, tanto en el plano de los medios masivos como en el ámbito de las bellas artes, donde los artistas, ya libres de ataduras, batallan por seducir y escandalizar a un público cada vez más tolerante (o tal vez indiferente). Los espectadores ya tenemos callo, consumimos tragedias y luego las olvidamos. Las escenas de la muerte de Steve Irwin, si se difunden, impactarán por algunos días y después pasarán a la interminable biblioteca de las imágenes de horror. De paso, tristemente, habrán de generar una buena cantidad de dólares. Como señala Susan Sontag, las imágenes de violencia muchas veces son eclipsadas por los testimonios alrededor de las mismas, voces que les dan una dimensión humana, que las vuelven cercanas y dolorosas. Así, el último filme de Steve Irwin, podrá ser interpretado como la última y trágica maroma de una figura pública o a la luz de los testimonios de amigos y familiares, las imágenes pueden tener otro valor, aquél asignado al dolor inmenso de una tragedia personal.
En el caso del arte más vale no horrorizarse o censurar las obras que duelan, confronten o incluso agredan. La violencia no es una medida de calidad, pero en manos de un artista competente puede ser una herramienta para convocar a la razón y al sentimiento en la búsqueda de una respuesta o en la enunciación de una pregunta.
Ante tantas imágenes violentas se ha perdido la capacidad de sentir, el poder de vincularse con las desgracias de los semejantes. Tal vez una de las muchas tareas de los artistas sea el volver a tejer ese lazo roto entre los ojos y el alma.
PARPADEO FINAL
La semana pasada se suspendió la muestra My Received Files de José Jiménez Ortiz, programada para la Alianza Francesa. La estructura de la exposición (obras, planteamiento, catálogo) era, a mi consideración, estupenda y digna de ser vista. Ya en el medio artístico local se instalaron los lavaderos y la raza anda chisme que chisme con respecto a por qué abortó el proyecto. Dejando a un lado las especulaciones, ojalá las autoridades y el autor puedan explicarnos qué pasó y aún mejor, presentar la exposición como es debido. Sale pues, yo con ésta me despido?
E-mail: cronicadelojo@hotmail.com