Durante el Mundial de 1978 el gran Jorge Luis Borges decidió dictar una conferencia sobre la inmortalidad en el mismo día y a la misma hora que el primer juego de la Selección de Argentina. Nada más de pensarlo se me parte el corazón en dos: por un lado, la prosa brillante de Borges, sus reflexiones que hilan matemáticas y poesía, su presencia misma. Por otro lado, la Selección Argentina en casa, con los nombres que ya son leyenda: Kempes, Passarella, Ardiles. No sé qué hubiera hecho. Valga esta anécdota como ejemplo del pleito que los intelectuales mantuvieron con el futbol durante décadas y que hoy parece diluirse. Me parece que el tiempo ha desgastado los prejuicios dejando el llano placer de un partido de futbol pleno de estrategia, destreza y sus condimentos necesarios: valor, resistencia, coraje. Cierto es que el futbol parece naufragar en medio del comercio descarnado y la masificación. Pero el juego, a pesar de todo, da destellos de luz en partidos antológicos, en jugadas excepcionales y gestos de honor donde este deporte, como expresión humana, alcanza notas muy altas. Por otro lado está el drama de los árbitros y las lesiones, de la injusticia y el azar. Marcan falta donde no la hubo y se celebra un penal gracias al farsante que se tiró de panza fingiendo una lesión: toda una metáfora de este mundo donde vivimos y trabajamos, donde los engaños están a la orden del día pero también existe la amistad y la solidaridad. La injusticia ocasional me parece un ingrediente esencial del futbol, es el elemento que cierra esta cadena de pasiones. A la lista de futbolistas podemos sumar algunos nombres muy especiales: el escultor Eduardo Chillida, portero de la Real Sociedad de San Sebastián en su juventud, el escritor Albert Camus y al portero Karol Wojtila, después Juan Pablo II. Adentro y alrededor del futbol están las anécdotas que involucran a países y personalidades, los momentos de antología: las fintas del Pelé, la mano de Dios, las broncas en la tribuna, el propio Borges boicoteando a su manera un partido de futbol que definió como ?un juego brutal que no requiere un coraje especial, porque nadie se juega la vida?. Borges hacía magia con las palabras y leerlo me causa una emoción enorme, paradójicamente equiparable a la que siento cuando alguien domina un balón y define un partido. No creo que las artes estén peleadas con las canchas. Hay una épica del futbol que se puede condensar en la anécdota que Eduardo Galeano narra emocionado con las siguientes palabras: ?Un monumento recuerda, en Ucrania, a los jugadores del Dínamo de Kiev de 1942. En plena ocupación alemana, ellos cometieron la locura de derrotar a una selección de Hitler en el estadio local. Les habían advertido: si ganan mueren. Entraron resignados a perder, temblando de miedo y de hambre, pero no pudieron aguantarse las ganas de ser dignos. Los once fueron fusilados con las camisetas puestas, en lo alto de un barranco, cuando terminó el partido?. Borges habló de la eternidad del instante, de cuando el tiempo se vuelve tangible, de cuando los instantes ennoblecen y lastiman. El Dínamo de Kiev es eterno e inmortal, a su manera. La banalidad de un gol es un bálsamo que también goza de esas cualidades. La palabra y la patada: dos acciones, dos momentos dignos de vivirse.
PARPADEO FINAL
Final de la Champions League y en el restaurante (escríbanme y les digo cuál para que no vayan) pasan las cheves y las viandas para las mesas de junto, pero a mis cuates y a mí nos ignoran olímpicamente. No sé si nos querían correr, pero ahí aguantamos, con gesto depresivo tipo Cocker Spaniel, viendo cómo todos tragaban y nosotros con una chela tibia. Pero bueno, eso no le restó emoción al partido del Barcelona contra el Arsenal. Ya me tiemblan las corvas de emoción: el Mundial se acerca y será el momento de ritualmente depositar los libros en la mesa y unirse al placer tribal de un gol cantado a pleno pulmón. Por mi espíritu hablará la raza, sí señor.
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