Al paso de los años y a punta de fregadazos uno va perdiendo la fe en los Reyes Magos. Se supera la edad reglamentaria para recibir juguetes la noche del seis y uno transita al diario acontecer, donde los regalos escasean de manera espantosa. Sin embargo queda la ilusión de que al menos un deseo se cumpla gratuitamente por obra y gracia de los tres Reyes. Pero mi fe en los Reyes no se han extinguido del todo y secretamente albergo un pensamiento, a modo de carta, que los invoca en momentos de anhelo no realizado. En mis días adolescentes, embelesado con la historia de los poetas y artistas malditos, les pedí a los Reyes (los del cielo, no los de la Tierra) que me trajeran una vida llena de romances desgarradores, borracheras y desveladas interminables, pedí también una figura esbelta y una muerte trágica y prematura en algún hotel de París. Los Reyes, sabiamente, me mandaron por un tubo. No hubo romances de rompe y rasga, ya que en aquellos días yo era un tímido, mudo y chamagoso criadero de barros. No hubo mayores borracheras ni desveladas, porque a las 12 ya estaba cabeceando y pidiendo camita. La figura esbelta la podemos descartar dado lo tragón que soy. Y la muerte prematura en un hotel de París, pues bueno, ni me he muerto y cuando estuve en París el hotel sí estaba para morirse del asco, pero por encima de ello prevalecía mi emoción por haber brincado el charco. Después les pedí una fatal novia vampiresa y nuevamente, hicieron caso omiso y me trajeron a Patricia, que no tiene colmillos e inyecta vida en lugar de quitarla. Insisto, son sabios. Al paso de los años vino un regalo inesperado y en un volantazo del destino trasladé mi madriguera de la capital a Torreón, lugar donde encontré un trabajo que disfruto enormemente y también amigos excepcionales. Llegué, cual típico capitalino amargoso y chilangocentrista, esperando encontrar un paraje sin cultura y para mi sorpresa encontré lo opuesto. Dejaré a un lado el cebollazo extenso a Torreón, pero baste decir que sí hay madera de dónde cortar. Esta Comarca, en términos artísticos, es como el viejo oeste, un lugar de inmigrantes, emprendedores y exiliados. Es una ciudad de inmenso potencial, dada su pujanza económica, su ubicación geográfica y su cultura urbana que es una sabrosa mezcla de sures y nortes. Es un gusto estar aquí y también un suplicio, gustazo de ver el trabajo serio de varios colegas que hacen un contrapeso a las improvisaciones de los oportunistas, suplicio de la ceguera del gobierno, el sector privado y (ay) las universidades hacia la cultura. Cierto, afortunadamente hay muchas excepciones honrosas de empuje e inventiva, pero no hay un esfuerzo conjunto ni una política clara que establezca a la cultura como lo que es, un punto de partida para el desarrollo, un elemento central para mejorar la calidad de vida. Se requiere de un estratega excepcional y con vocación de ayuda para trazar semejante puente. Ojalá sea uno o varios de los nuevos directores de cultura quienes empiecen a dar una forma legible y sólida a esta tarea. Ojalá las universidades comprendan que la cultura amerita mucho más que pequeños departamentos y buenas pero discretas iniciativas (no sólo de ingenierías vive el hombre). Ahí esta mi petición para los Reyes Magos, escrita en hoja de doble raya y amarrada a un globo morado. Que un día de éstos, los rectores, empresarios y maestros se den cuenta de forma masiva, firme e irrevocable, que la cultura no es solamente un adorno. Melchor, Gaspar y mi morenazo Baltasar: no se hagan del rogar y hagan valedero ese regalito. Plis.
PARPADEO FINAL
Fin de mi periodo vacacional, que de hecho puede ser considerado una temporada larvaria de hibernación y recogimiento. Digo adiós a mis fieles cobijas. El saldo final es dramático, di cuenta de 25 películas, tres libros, dos pizzas y varios kilos de pierna y ensalada. Vida contemplativa de tiempo completo que hoy llega a su fin. Las pilas se han repuesto y es momento de empezar, a la manera de Mafalda, con entusiasmo y preguntando, a ver, ¿por dónde empezamos a empujar este país?
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