Medicina para la ciudad
No seré el primero ?ni el último- que vea la ciudad como un organismo vivo.
La ciudad respira, transpira, bosteza y se despierta. Desperdigadas por ahí están sus neuronas y ?porqué no- sus muy necesarias rutas de evacuación.
Aquí cada quién hace lo que quiere en función de lo que puede. Sin embargo en medio del aparente caos el tejido humano funciona para que podamos hacer lo mismo que cualquier bicho: comer, dormir, reproducirnos (o hacerle como que nos reproducimos nomás por el puro deporte).
Por ahí andan las ciudades milenarias a las que no les podemos contar muchos cuentos ya que lo han vivido todo. Acá nuestra capirucha, antes sigue ofreciendo lo mejor y lo peor de México. Sobrepoblada y telúrica sigue arrastrando su masa humana con esa tos seca y flemática causada por el bloqueo en Reforma, garganta defeña.
Por su parte, Torreón es un asentamiento joven e imberbe. Cien añitos tostándose bajo el sol del Mayrán. Aquí la convivencia aún es posible, los espectros de la inseguridad, la agresión y el tráfico no golpean con toda su fuerza. Afortunadamente el calorón nos ataruga lo suficiente como para no buscar más broncas. En fin, cada ciudad es un espejo de sus habitantes y por ello algunas merecen el título de obras de arte y otras -la gran mayoría- son ese espacio imperfecto pero entrañable donde uno vive, trabaja y eventualmente muere. Y así como hay enfermedades que pueden acabar con una persona, los males de una ciudad pueden llevar a su decadencia. México -y Torreón que no esta exento- está plagado de focos rojos: pobreza, desigualdad, corrupción, impunidad. No se vislumbra un futuro halagador. Las razones para el pesimismo se amontonan y el optimismo anda en los huesos.
Por su parte la esperanza, hermosa palabra, anda chambeando como lema de campaña (lo que me recuerda otra bella palabra, ?solidaridad?, que se vino abajo por andar metida en la política).
Muchos esperan giros radicales y decisivos. Otros piden no hacer aguas, que mucho trabajo les ha costado tener un cierto grado de estabilidad. Los ricos siguen quietecitos y gruñendo al que los cuestiona. La situación esta caldeada. Por mi parte no creo en los buenos y los malos, San Peje y Felipito mártir me causan alergia por igual. Creo en nosotros, los ciudadanos, y en las cosas pequeñas pero significativas que generan un cambio. Creo en la bola diminuta que puede causar una avalancha.
Por eso ando contento y a pesar de los pesares, me revuelco de gusto. Se va a abrir un lugar excepcional, el museo Arocena, frente a la plaza de armas. El museo no es una bodega de antigüedades, es un pedacito de memoria que nos recuerda los prodigios de la mente humana. En estos cuatro años he visto síntomas de mejoría para esta ciudad: se abren librerías, salas de lectura, bibliotecas, el canal de la perla, teatros y ahora, la magnífica colección Arocena. Como que nos estamos acordando que también somos espíritu. Poco a poco nos va cayendo el veinte de que podemos construir un mejor espacio y de corolario unas reglas de convivencia más humanas y efectivas. Yo si creo que el arte tiene un lugar de honor en el cuadro básico de medicinas para una ciudad. Vamonos en bola al Arocena por nuestra aspirinita para el alma.
Tráiganse a todos los chavos de las escuelas, nomás que en fila y sin empujar. Sobres pues, ¡al museoooo! Yujuuuu.
PARPADEO FINAL
Pues sigo chambeando entre rayos de sabiduría y relajo con el maestro Aceves Navarro, que visita el taller de grabado donde laboro. Con los pies en la tierra y mano prodigiosa, el maestro Aceves trabaja para sorpresa de los colados que por ahí andamos. Recomiendo ampliamente su exposición en el centro cultural Cuatro Caminos, cortesía de ICOCULT Laguna. Y ya encarrerados pues a meterse en la fila de la muestra de cine, que se perfila sabrosa. Digo, porqué no.
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