Escribo esta columna en miércoles por la tarde, con la tranquilidad de haber sobrevivido al día de la bestia y al segundo debate presidencial. No se acabó el mundo, pero el debate estuvo a punto de matarme de aburrimiento.
Logré sobreponerme y me fumé las dos horas viendo candidatos con todo y recuadro con la gordita imitadora de Perla Moctezuma. Parece que el raciocinio ha pasado a un segundo término y esta lucha electoral es de fuerzas emotivas, de actitudes y declaraciones que tienen poco qué ver con el análisis de las propuestas y mucho qué ver con lo teatral. Por ello me atrevo a opinar desde esta columna dedicada a las artes, sumando a éstas el arte de la guerra política, que, como bien señaló Sun Tzu, es también el arte del engaño. Con la cruda del debate vienen a mi mente las primeras imágenes o noticias que tuve de estos personajes. La primera vez que ubiqué la imagen de López Obrador fue en la portada de la revista Proceso, a mediados de los 90. La foto se me quedó grabada: ahí estaba López Obrador, con la camisa manchada de sangre después de la violencia desatada durante la toma de pozos petroleros que él encabezó. Ahí quedó su imagen: mártir, luchador social, víctima, en fin, escoja usted. Calderón saltó en el periódico por esos años, cuando fue designado presidente del PAN a la salida de Castillo Peraza. Me sorprendió ante todo, su juventud. Un chavo de 30 años que llega a presidente nacional de un partido, me pareció impresionante (nada qué ver con el ?Niño Verde?, que llegó tarde al reparto de neuronas y temprano al de sueldos) Calderón era ese chavo fresa pero alivianado, nerd, de mente veloz y actitud conciliadora. Aunque el escapulario se le escapaba de fea manera, el tipo me cayó simpático. Por su parte Madrazo entró en mi vida a través de los periódicos que reseñaban su legendaria transa para obtener la gubernatura de Tabasco. Hoy confirmo ciertas cuestiones. Calderón sigue con el escapulario colgado y el Jesús en la boca, pero es un buen negociador, sabe argumentar. Obrador sigue inmerso en su papel de salvador de los pobres. No escucha, no inventa, no improvisa: atesora su verdad como única e incuestionable. Como hace tantos años, su camisa sigue manchada de sangre ?según él- redentora. Me es difícil tenerle confianza, me es imposible tenerle fe. Pero hay millones que le rezan (y de verdad no puedo culparlos). Aunque su participación en el debate fue mediocre, sigue siendo la manzana de la discordia, el estupendo estratega de las pasiones. Y de Madrazo? ay, qué decir. No sé cómo perfumar lo pútrido. Admiro su cinismo, sé que ganó ante mutantes indomables como Elba Esther Gordillo o Arturo Montiel. Es hueso duro de roer, pero hueso inservible y seco, al final de cuentas. De los tres candidatos juntos obtuve un aburrimiento cósmico. Puede ganar Calderón y dejar las cosas igual, tal vez un poco mejor. Puede ganar Obrador y echarse un volado, tal vez caiga sol y realmente nos vaya bien a todos. Afortunadamente no puede ganar Madrazo, tanta insensatez ya no es posible. Pero el panorama sigue siendo nublado. Calderón le entra a la guerra sucia de los medios, Obrador se cierra sobre sus propias certezas. Uno acusa al otro, ambos con algo de razón. Y hay muchos como yo que quedamos en medio, ciudadanos anónimos que no gustamos de prenderle veladoras a ningún candidato, que andamos como el chinito, ?nomás milando?, esperando que el tachecito que tristemente uno pone en la boleta electoral realmente pueda servir de algo.
PARPADEO FINAL
Sí, me deprimió el debate. Aparte me duele la espalda. No tanto como para hacer un cuadro o una reputación de artista doliente a lo Frida Kahlo. Mi dolor es leve pero insistente, como piedrita en el zapato o grano en la nariz. Ante tanta fregadera queda el último recurso, simple, luminoso, la escapatoria más vil, la fuente de placer más elemental: el futbol. Mi corazón se sacude al PAN y al PRD y brinca de gusto: ¡YA VIENE EL MUNDIAAAL! Que mi mente olvide la política por unas semanas, ahí me despiertan pa? ver qué pasó.
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