LA ESPINA LUMINOSA
La iglesia virreinal que domina el pueblo donde nació mi padre fue el escenario de mis primeras lecciones de miedo. El templo, consagrado a Santiago Apóstol, era una pequeña joya novo hispana que el saqueo y las criminales remodelaciones han convertido en otra cosa. Cuando era niño el lugar conservaba varios magníficos retablos obscurecidos por los siglos, pesadas puertas, pisos de gruesa viga y en el centro una imagen que me intimidaba: el Apóstol Santiago, con sus ojos enormes y largos cabellos humanos. La sensación imperante era de reverencia y temor ante un santo que todo lo ve.
Con frecuencia he tenido esa sensación de temor frente a cristos ensangrentados, mártires en éxtasis o vírgenes con mirada entornada y ojeras azulosas. Muchas de estas imágenes parecen haber sido esculpidas, pintadas y concebidas por creyentes que las impregnaron con sus convicciones sobre el dolor, la esperanza y la fe. Claro que esta es una visión subjetiva y muy discutible que supone que existen ?vibraciones? en las obras de arte. Bueno, puede que no sean más que pigmento, piedra y madera, pero en el contexto adecuado y en el estado de ánimo propicio estas piezas pueden expresar conceptos imposibles de enunciar con palabras.
En el viejo templo de Santiago Apóstol las imágenes volvían a la vida en la fiesta patronal, frente a las velas, las flores y los bailes frenéticos en el atrio. Muchas cosas sucedían en esos días: los chavos ligaban, todos comían hasta hartarse y al calor de los pulques varios terminaban por romperse la crisma muchas veces con trágicos resultados. Hace muchos años que no voy, pero supongo que la historia viene siendo más o menos la misma. La dinámica social del pueblo, las voces centenarias de los santos de la iglesia, la violencia, la pobreza, la música, todo se complementaba en un universo minúsculo y cerrado que es una metáfora de lo peor y lo mejor de este país.
Es veloz la memoria: hasta este punto he tratado de transcribir de una forma escueta los recuerdos que me invadieron mientras disfrutaba de la presentación del Ballet Folclórico de Amalia Hernández, que tuvo una exitosa presentación hace unos días en el Teatro Nazas. No puedo más que elogiar el oficio de Amalia Hernández, que ofrece cuadros vivientes con un disciplinado escuadrón de bailarines que trama argumentos llenos de emoción. Aunque enfocada al aspecto luminoso de la tradición mexicana, el ballet hace algunas interesantes referencias en torno a la violencia, el sexo, la muerte y el machismo.
El ballet de Amalia Hernández se inspira en pedazos vivos de la tradición del pueblo, mismo que sigue generando códigos poderosos que pronto se convierten en símbolos de identidad nacional. Ayer fueron los santos virreinales, hoy son los luchadores, pero el color, el placer y el dolor no dejan de fluir. Voltear la mirada al México profundo es abrevar en las historias y los padecimientos de un pueblo imaginativo, con poca ciencia y mucha magia, que mantiene vivos sus demonios y se sigue arrodillando ante sus santos. Más allá del mexican curious el arte mexicano es síntoma y reflejo de una nación que tuvo un parto difícil y que compagina un mundo de fantasía con una realidad complicada y muchas veces adversa. De la iglesia de Santiago Apóstol al Ballet de Amalia, pasando por el Santo y Blue Demon, José Alfredo y las cumbias, el arte del México profundo sigue siendo una espina luminosa y maestra a la que más vale prestarle atención.
PARPADEO FINAL
La Crónica del Ojo vuelve a rodar y después de esta ausencia es menester saludar a quienes se acordaron de Mi (guelito): Cecilia, el doctor, Valeria. A los que se congratularon con mi ausencia también les envío un cordial saludo, invitándolos a detener el flujo de mentadas a mi correo electrónico. Chido pues, nos leemos en siete días.
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