Todo árbitro de fútbol aprende que uno de sus principales responsabilidades es garantizar la seguridad de los jugadores. Cuando los futbolistas demuestran que no se pueden controlar a sí mismos, el árbitro debe hacerlo por ellos.
BERLÍN, ALEMANIA
AP
Desafortunadamente, Valentín Ivanov no pudo cumplir con esa misión el domingo, cuando Portugal y Holanda chocaron en la segunda ronda de la Copa del Mundo.
¿El resultado? Un triunfo 1-0 para Portugal, pero también 16 tarjetas amarillas y cuatro rojas, empatando el récord de más amonestaciones en un duelo mundialista y una nueva marca de expulsiones para un partido.
A este paso, el mundial de Alemania terminaría con unas 352 tarjetas amarillas, un promedio de 5.5 por partido, y 28 rojas.
Esas cifras son un marcado aumento de las 272 amarillas y 17 rojas repartidas en el 2002, y las 258 amarillas y 22 rojas en Francia 1998.
El presidente de la FIFA Joseph Blatter criticó al árbitro ruso por su inconsistencia, y dijo que el propio juez merecía una amarilla.
Ese comentario es casi una garantía de que Ivanov, hijo de un famoso atacante de la Unión Soviética, pronto regresará a su trabajo a tiempo completo como profesor universitario en Moscú y que, al igual que el inglés Graham Poll, ya se puede despedir de Alemania.
Los jugadores sabían que estarían bajo la lupa en el mundial. La FIFA anunció antes del torneo que los árbitros vigilarían de cerca los codazos, zambullidas, tirones de camiseta y la pérdida de tiempo.
La mayoría de los partidos han sido limpios, aunque los duelos Estados Unidos-Italia, Croacia-Australia y el circo romano del domingo son notables excepciones en las que las tarjetas rojas, e incluso la sangre, mancharon el espectáculo con la pelota.
La primera media hora del partido del domingo dio indicios de que el partido sería algo más que un duelo entre dos excelentes selecciones.
A los siete minutos, el holandés Khalid Boulahrouz pateó con furia y malicia el muslo de Cristiano Ronaldo. El atacante creativo se quedó en el partido, aunque adolorido, pero tuvo que salir entre lágrimas después de otro golpe.
En lugar de sacarle una roja a Boulahrouz, y sentar la tónica de que no permitiría ese tipo de entradas, Ivanov dejó seguir el partido y desde entonces todo fue cuesta abajo.
Ivanov no es un novato. Fue el árbitro en una semifinal de la Liga de Campeones entre el Inter y Milan, y en la final de la Copa de las Confederaciones.
Si el ruso hubiera podido explicar sus acciones, algo que los árbitros de la FIFA no pueden hacer, seguramente habría dicho que llega el momento en que los futbolistas deciden comportarse como animales. Y una persona con un silbato no puede hacer mucho para detenerlos.
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El escritor Simon Haydon es un árbitro con licencia en Inglaterra.