Reciban mi más sinceras felicitaciones y el deseo de que este año sea mejor que el anterior. Quizá están leyendo esto recién levantados, y dudan mucho que tal cosa sea posible, con el dolorón de cabeza pegándoles de martillazos y el mosquero en la sala esperando una urgente incursión de la brigada de guerra bacteriológica. Pero créanme, las cosas van a cambiar para bien. Para empezar, tal vez deberían ir por un buen menudo antes de continuar leyendo. De pancita, de preferencia.
La cuestión es que se nos fue el 2005 y se nos pasó comentar un aniversario importante. Como esto lo escribo todavía en diciembre, apaciguo mi conciencia con el pensamiento de que, así fuera en el minuto noventa, me uní a los festejos de conmemoración del centésimo aniversario de la muerte de un escritor fundamental para muchos enamorados de la literatura de aventuras y de ficción científica… y de la literatura a secas, total. En 1905, hace cien años, murió Julio Verne, el autor de obras de anticipación por antonomasia. Y luego de haber vivido la mayor parte de nuestra vida en el siglo que hizo de la ciencia su Dios y su motor, eso no es poca cosa.
Julio Verne escribió muchas obras que hoy se siguen leyendo con enorme deleite, especialmente entre el público infantil y adolescente. Estoy de acuerdo con Enrique Irazoqui cuando opina que las obras de Verne deberían ser de lectura obligatoria en primaria, por el estímulo que representan: un servidor se hizo lector omnívoro desde niño en gran medida por la fascinación que me causaron libros como “De la Tierra a la Luna”, “Viaje al centro de la Tierra”, “Cinco semanas en globo” y “Aventuras de tres rusos y tres ingleses en el África Austral”. Quizá ese cometido lo están cumpliendo en el siglo XXI los volúmenes de la saga de Harry Potter; pero la obra de Verne tiene una ventaja: no se anda con magos ni torneos de escobas voladoras, sino con datos de ciencia dura y aventuras en que fluye la más pura excitación adrenalínica en lugares exóticos pero reales: selvas, océanos, estepas y hasta castillos vecinos del penthouse de Drácula (No, ese chupasangres en particular no lo tiene en Miami…).
Por supuesto, la fama de Julio Verne se basa en que muchos de los escenarios y eventos que planteó en sus obras a fines del siglo XIX, y que en esos momentos parecían simples fantasías, luego pasaron a ser realidades en el XX. Cuando Verne describió el submarino y la escafandra autónomos en “Veinte mil leguas de viaje submarino”, ninguna de las dos cosas había sido desarrollada funcionalmente, y ello tardaría varias décadas aún. En “De la Tierra a la Luna” Verne no sólo prevé los logros del Programa Apolo, sino que sitúa el lugar del lanzamiento de la cápsula espacial (con un cañonzote, no vía cohete) a unos cuantos kilómetros de Cabo Cañaveral (luego llamado Kennedy). Los usos de la electricidad como animadora de la vida cotidiana, en fechas en que el noventa y nueve por ciento de la Humanidad no se había dado ni un toque (me refiero a los eléctricos) son desmenuzados en “El castillo de los Cárpatos”. Total, que pareciera que el señor Verne se había dado una vuelta por el futuro, y había aprovechado para hacer con él una carrera literaria.
Por supuesto, no existe ningún misterio en cómo pudo Verne sustentar sus visiones: desde el siglo XVI a eso se le llama pensamiento científico. A partir de los datos duros con que contaba, extraídos de revistas y publicaciones serias, amén de un esfuerzo de verificación estricta, Verne fue capaz de concebir cuál podría ser la evolución de muy diversas ramas de la actividad técnica y científica. No es por nada, pero lo que hoy llamamos literatura de ciencia-ficción sigue cumpliendo esa función… aunque poca gente se dé cuenta de ello. El chiste en el caso de Verne es que en vida él fue un autor inmensamente exitoso y famoso; de manera tal que, cuando sus predicciones empezaron a cumplirse, mucha gente pensó que sus capacidades eran de brujo de Catemaco. Pero no; simplemente hizo su tarea. E incluso así no siempre le atinó. Por ejemplo, es notorio que compartía con sus contemporáneos la creencia de que era imposible el vuelo controlado de máquinas más pesadas que el aire: en las novelas de Verne los globos tienen un papel preponderante, pero no se halla un aeroplano pero ni de faul. Quizá previó qué tipo de bazofia iban a servir de comer en esos aparatos, y no quiso agüitar a sus contemporáneos.
Lo realmente interesante es que consiguió hacer populares ciencias y tecnologías en ciernes mediante el sencillo (en apariencia) expediente de envolverlas con historias de aventuras: el viejo truco con que un tal Homero nos hizo interesarnos en los antiguos griegos. Así, uno puede aprender sobre astronáutica (aunque el término ni siquiera existía) leyendo las jocosas ocurrencias del “Gun Club” y su empeño en enviar a algunos de sus miembros a la Luna; o conocer costumbres exóticas y sistemas de transporte más exóticos aún siguiendo, con el alma en un hilo, la carrera contra el tiempo que realizan Phileas Fogg y su inseparable Passepartout en “La vuelta al mundo en ochenta días”. Los libros de Verne son una delicia para los espíritus inquietos e imaginativos. Por eso sirven tan bien a los niños, antes que se atrofien con telenovelas de tontas dizque rebeldes y el X-Box.
Por supuesto, no todo es perfecto. En algunas ocasiones el meollo del misterio resulta sencillamente inexistente porque lo que entonces era una ignota novedad, hoy está en cada cuarto de la casa. A nivel literario el señor Verne no era ninguna lumbrera: era eficiente y sabía mantener la tensión dramática, eso sí; pero difícilmente podría aspirar al Nobel. Y hay una falla persistente en la mayoría de las obras de Verne: la mujer; mejor dicho, la carencia de ésta. Sea por misoginia o vaya uno a saber qué perversión, ese ingrediente fundamental de la historia de aventuras brilla conspicuamente por su ausencia. Y cuando aparece, se trata de heroínas fundamentalmente bobas y meramente decorativas. Cualquiera que haya leído, por ejemplo, “El Conde de Montecristo”, o visto las películas de Indiana Jones, sabe que el eterno femenino es un ingrediente indispensable para darle sabor al caldo. Pues a Verne nunca le cayó el veinte. Creo que no pocas de sus obras hubieran sido más deleitosas si les hubiera añadido unas faldas por aquí o por allá.
Lo que sí es que para cualquier niño con un mínimo de imaginación (que es la mayoría) difícilmente existe una manera más cómoda y entretenida de ser introducido a la magia de la lectura. Creo que ello sigue siendo cierto incluso en los tiempos que corren. El éxito de Harry Potter nos confirma que los enanos no están peleados con pasar varios días embebidos en aventuras y desventuras que los entretengan sin más efectos especiales que el asombroso poder de la imaginación. Es cuestión que nosotros les pongamos esas herramientas en las manos.
Y no hay mejor homenaje posible al genio que murió hace cien años, que hacer que se repita, una y otra vez, ese milagro que ocurre cuando cualquier jovencito abre un libro y se convierte en… “Un capitán de quince años”.
Consejo no pedido para torear calamares gigantes: si sus padres fueron tan empedernidos como para no haberle regalado nada de Verne, lea cualquiera de las obras citadas: la magia opera también en los adultos. De las versiones cinematográficas, está el clásico “La vuelta al mundo en ochenta días” (Around the world in eighty days, 1956) con David Niven y Cantinflas, en su única (pero muy divertida) incursión hollywoodense. Con Kirk Douglas y James Mason está “Veinte mil leguas de viaje submarino” (Twenty thousand leagues under the sea, 1954). Con Pat Boone y el mismo Mason, “Viaje al centro de la Tierra (Journey to the center of the Earth, 1959). Y con Pablito Calvo y Alejandro Ciangherotti, “Dos años de vacaciones” (1962; sí, es mexicana). Como se ve por las fechas, son de cuando uno era niño (y las películas tardaban años en llegar acá, aclaro). La persistencia de la memoria, que se llama… Provecho.
PD 1: Help! Cuando era un pequeñuelo, vi una versión de “Los hijos del Capitán Grant”; así que el filme ha de ser de fines de los cincuenta o principios de los sesenta. Sin embargo, en www.imdb.com y en otros buscadores no aparece sino una adaptación de 1996. ¿Alguien me puede ayudar con eso? ¿Cuál es y dónde quedó la que recuerdo haber visto en el Cine Palacio al tres por uno?
PD 2: Otro Help! Llevamos varias semanas vueltos locos buscando la mitología de Birján, el dios del juego, la ruleta y el brinquito. Pero nada más no damos pie con bola. ¿Podría alguien darnos un norte de qué origen tiene? A mí me suena a persa, pero no he hallado nada en ningún lado. ¿Nos ayudan también con ésta? Quien lo haga obtendrá como recompensa una palmadita en la cabeza como si fuera cocker spaniel (mejor agradecimiento, imposible). Gracias. Y otra vez, feliz año.
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