En cierta ocasión Julio Torri escribió: “Toda la historia de la vida de un hombre está en su actitud”.
Creo que este gran maestro de los textos breves tenía toda la razón. Porque con frecuencia, si observamos bien, podemos descubrir en la actitud de una persona todo cuanto hay detrás de ella por los años vividos.
A veces basta con ver las facciones de alguien para saber que esconde profundos pero evidentes resentimientos y frustraciones.
En otras, la mirada desviada delata que está mintiendo, pues es incapaz de ver de frente a su interlocutor; y lo que es peor, revela que está acostumbrada a mentir.
Alguna otra, abandonada en el sitio que ocupa, denota abulia, dejadez o desinterés por cosas que son importantes.
En las palabras y expresiones de una persona se refleja la ira, el coraje o la envidia. Recordemos que respecto de esta última el catecismo del padre Jerónimo Ripalda, dice que se le puede considerar como la “envidia del bien ajeno”.
La actitud, en efecto, revela muchas cosas y nos muestra en buena parte la historia de los hombres.
Por eso me preocupa lo que acontezca mañana y después de mañana.
En esta campaña política para la Presidencia vi muchas actitudes que son indicativas de que, si bien lo que está por venir puede no ser necesariamente malo como lo pronostican algunos politólogos, tampoco podemos asegurar que será bueno.
Las actitudes de los candidatos con más posibilidades de lograr la Presidencia nos hacen pensar que el revanchismo y las venganzas personales pueden continuar enseñoreándose del panorama político nacional.
En los discursos de los candidatos se trasluce la obsesión por lograr el triunfo. Y como sólo uno lo alcanzará vendrá sin remedio la frustración de los perdedores.
Porque además, todos ellos se juegan su futuro político, pues tratándose de la titularidad del Ejecutivo no hay medallas de plata ni premios de consolación, en razón de que ningún cargo es comparable con ése.
Ojalá y quien resulte triunfador cambiara su actitud.
No debemos tener un Gobierno que mire constantemente al pasado. Cada mirada hacia atrás hace que despegue la vista del futuro.
Puede no ser del gusto de la mayoría, pero si llegara a ganar alguno de los candidatos actualmente opositores al régimen en turno, de poco le serviría al país el que, por ejemplo, los señores Bribiesca Sahagún fueran procesados por tráfico de influencias. Como de poco sirve ahora que se haya girado una orden de aprehensión contra Luis Echeverría.
O que se enderezaran causas jurídicas contra alguno de los candidatos perdedores o sus familiares.
No me gustaría que eso sucediera. Y no lo digo por considerar que los presuntos responsables sean inocentes, sino por el hecho de que por esa vía se seguirían confrontando las fuerzas políticas y los factores reales de poder. Ese tipo de luchas siempre desgasta los estamentos sociales.
Como sociedad debemos también cambiar nuestra actitud y abandonar toda acción o posición que no nos ayude a construir un futuro mejor.
En ese mismo orden de ideas, tenemos que respetar el resultado de las elecciones sea cual sea éste.
El respeto a las instituciones es determinante en toda sociedad que pretenda avanzar. Nada debe hacerse que atente contra ellas. Y menos contra la voluntad mayoritaria del pueblo.
No es el nuestro un pueblo sometido, sojuzgado, en el que las instituciones y las leyes se manejen al antojo de un dictador, pues sólo en tales circunstancias (en las que no nos encontramos, insisto) se justifica moralmente que se violente el orden jurídico.
La revolución sólo se justifica, cuando un pueblo es condenado injustamente ante el tribunal del derecho y no le queda otro remedio que apelar al tribunal de la historia para salir de su estado de postración.
En ese sentido, todos estamos obligados a contribuir, en la medida de las posibilidades de cada cual, a la edificación de un Gobierno sólido, plural en sus ideas pero unido en sus objetivos fundamentales.
A ello tenemos que apostarle. Pero partiendo de la base de que es necesario que gobernantes y gobernados modifiquemos nuestra actitud.
Quizá haya quien piense que lo dicho con anterioridad es una utopía.
A quienes así pudieran pensar habría que recordarles el cuento aquél en que un hombre, un arquero, quería clavar una de sus flechas en la Luna. Obviamente nunca lo logró. Pero lo que sí consiguió fue convertirse en el arquero que más lejos lanzaba sus flechas.
Haciendo un esfuerzo significativo y cambiando nuestra actitud, nosotros como sociedad, no vamos a construir una comunidad perfecta. Pero estoy seguro que construiríamos una mucho mejor que la que tenemos.