-Don’t it make you angry the way the war is dragging on?
-Well I hope the president knows what he’s into, I don’t know/
I just don’t know
Chicago, “Dialogue” (1971)
En estos días hay dos palabras que les provocan un terror pánico al Gobierno y al pueblo norteamericanos. Una a uno, y la otra al otro, como símbolo de la disociación esquizofrénica que aqueja a los organismos político y social de nuestro vecino. Ambas tienen que ver con el actual conflicto en Irak. De cómo exorcicen esos dos términos, cómo lidien con ellos, puede depender el resultado de las elecciones legislativas del próximo noviembre, y buena parte del futuro inmediato de la Unión Americana.
La palabra que le quita el sueño al Gobierno de Washington es “Vietnam”. Cualquier referencia al conflicto que de tan mala forma peleó Estados Unidos hace más de tres décadas le manda escalofríos por espinazo, cóccix y rabadilla al Pentágono, la Casa Blanca y quién cuántos otros edificios. Y es que algunos elementos que se conjuntaron para generar aquel desastre parecen haber sido olvidados, y ahora regresan para jalarle las patas en la noche a quienes se dieron el lujo de no aprender las lecciones del pasado.
Las principales lecciones de Vietnam fueron muy evidentes, y quedaron concretadas en la llamada Doctrina Powell, la que aplicaran los norteamericanos en la primera guerra contra Irak; a saber: primero, comprometer tropas sólo cuando los objetivos sean claros y alcanzables, y esté en juego la seguridad nacional; segundo, esos objetivos deben ser entendidos por el pueblo (y por la comunidad internacional, de ser posible), que debe apoyar las decisiones de la Administración; y tercero, una vez conseguido lo anterior, usar toda la fuerza posible y una vez alcanzado el objetivo, ahuecar el ala. Eso hizo Estados Unidos en 1991, y le salió. El problema es que en 2003 se saltaron las trancas, y ahora están pagando las consecuencias.
Como en Vietnam, en Irak los objetivos son nebulosos, por decir lo menos. ¿En qué momento se puede cantar victoria en las añejas tierras de Mesopotamia? No existen frentes de batalla, no hay ciudades enemigas que conquistar, los elementos hostiles son desconocidos en número y hasta identidad y además, a últimas fechas se dedican a atacar iraquíes, no americanos. Aparte de que no se entiende qué amenaza constituía Saddam Hussein hace tres años para nadie que no fuera su propio, sufrido pueblo.
En cuanto al segundo factor, las cosas no andan mejor para la Administración del tonto del pueblo: si bien se convenció al pueblo americano que la intervención en Oriente Medio tenía como propósito eliminar armas de destrucción masiva y combatir al terrorismo, el argumento se desfondó desde el momento en que no se encontró ni una resortera de tamaño inusual, y ante el hecho incuestionable de que más americanos han muerto víctimas del terrorismo en Irak que en cualquier otra parte del mundo desde 2001. Y, según las encuestas más recientes, el pueblo norteamericano ya empezó a abrir los ojos a la realidad: fueron a la guerra engañados, y los propósitos de la Administración Bush resultan de plano sospechosos. Ahora, por primera vez en tres años, una mayoría de la opinión pública de EUA considera que la guerra fue (y es) un error. Como en 1968, el apoyo a un conflicto cada vez más impopular se va erosionando; y con él, la voluntad de la gente de mandar a sus hijos a pelear una guerra sin sentido.
El tercer elemento de la Doctrina Powell también se fue al demonio, en gran medida por las cuentas alegres de los halcones de la Casa Blanca: más de 150 mil Tropas americanas siguen en el terreno, las que son notoriamente insuficientes para la tarea que se les ha encargado, y por lo mismo no tienen para cuándo ser retiradas.
La otra palabra relacionada con Vietnam que el Gobierno no quiere escuchar (“Quagmire”, Empantanamiento) ya empieza a aparecer traviesamente en algunos editoriales, en no pocos artículos de opinión de la prensa americana… y no sólo la liberal.
La única ventaja que tiene el Gobierno de Bush en relación con los de Johnson y Nixon, es que ésta es (hasta ahorita) una guerra peleada por voluntarios: el que está en Irak es porque libremente se quiso enlistar en las Fuerzas Armadas. Si lo hizo por patriotismo, necesidad, sed de aventura o lesión cerebral, eso es cuestión de cada quién. Nadie entró al servicio militar a la fuerza, y quien optó por ese oficio lo hizo con conocimiento de causa… especialmente si ello ocurrió después de la primavera de 2003.
Lo que nos lleva a la otra palabra, que hoy en día causa un miedo cerval en la sociedad norteamericana: “Draft”, o reclutamiento forzoso. Que es el procedimiento mediante el cual los varones mayores de 18 años tienen que registrarse ante las Fuerzas Armadas para, en un momento dado y de acuerdo a un proceso más bien bizantino, pasar a formar parte de las mismas en el mundo real. Esto es, se pasa de civil a soldado, y como tal cualquiera puede ser enviado a pelear al otro lado del mundo.
Por supuesto, México cuenta con un proceso de reclutamiento forzoso semejante, y de manera permanente además. Pero ello no le preocupa a nadie porque: A) Sólo una minoría de los reclutas cumple con su servicio militar (que de militar tiene lo que yo de funámbulo del Cirque de Soleil), debido a las limitaciones inherentes al Ejército proporcionalmente más pequeño entre los veinte países más grandes del mundo (o sea, el mexicano); y B) Nadie pierde el sueño ante la perspectiva de un futuro conflicto bélico contra la potencia guatemalteca. El Draft mexicano es una broma siniestra y poco más.
La última ocasión en que el Gobierno americano puso en marcha el Draft fue, precisamente, en 1965, durante la Guerra de Vietnam. En vista de que combatir a la guerrilla del Viet Cong requería mucha carne de cañón, se instauró el reclutamiento obligatorio para reforzar a las unidades regulares. En su momento, el asunto pasó desapercibido: para muchos jóvenes, era una obligación para con el país, como la que sus padres y abuelos habían tenido que cumplir en 1917 y 1941.
Sólo cuando Vietnam se empezó a revelar como una pesadilla sin pies ni cabeza, que se tragaba las vidas de innumerables chavos (especialmente negros, hispanos y blancos pobres) que no sabían ni por qué peleaban, los jóvenes empezaron a protestar por el procedimiento. En muchas universidades se organizaron quemas de cartillas; y de mano en mano circulaban folletos de cómo evadir el llamado. El Draft fue uno de los factores más divisivos de aquel conflicto. Decenas de miles de muchachones huyeron al Canadá cuando les tocó registrarse.
Otros alegaron la inconstitucionalidad del proceso (si Estados Unidos no le había declarado la guerra a nadie, entonces ¿por qué registrarse forzosamente?). Total, que para quienes vivieron aquellos días, el Draft es uno de los recuerdos más dolorosos y significativos. Y desde entonces, no ha vuelto a ser puesto en funcionamiento.
Pero ahora resulta que el número de voluntarios para las Fuerzas Armadas esperados el año pasado se quedó corto del objetivo. Muchos jóvenes que en otras circunstancias hubieran optado por el Ejército o los Marines como una forma de obtener becas y entrenamiento técnico, ahora se la pensaron tres veces y decidieron ganarse la vida volteando hamburguesas, antes que ir a Irak y convertirse en una. Las reservas de material humano norteamericano están ya en un punto crítico. Y algunos mandos militares señalan que la falta de rotación de las tropas (debido a que no hay con quién reemplazarlas) ya está causando graves problemas en la moral de combate de los soldados.
¿La solución? Pues sí: el Draft. Obligar a los jovenazos a recibir entrenamiento militar e incorporarse a las Fuerzas Armadas que tan inefectivamente patrullan las calles de Bagdad y Samarra. Claro que, con los recuerdos de concita la medida, apelar al Draft es prácticamente un suicidio político.
Ése es el dilema actual que enfrenta la Administración Bush: no tiene cómo sostener una guerra en la que se metieron de clavado ignorando las lecciones del pasado. Y una de esas lecciones es lo divisiva y peligrosa que resulta una medida que tal vez se vea obligada a tomar.
Quizá hace un año, cuando la aprobación a la guerra andaba encima de los dos tercios, se podía haber deslizado públicamente la posibilidad de instaurar el Draft. Pero en el actual clima político, con la opinión pública claramente dando la espalda a la guerra, como que está en chino. Y claro, ya nadie es tan ingenuo como en la canción de la superbanda Chicago que puse de epígrafe, dado que es público y notorio que el presidente no sabe en qué diablos se metió. Así pues, Bush se encuentra en un callejón sin salida… al menos, sin salida visible. Porque claro, para eso de inventarse amenazas fantasmas esta Administración se pinta sola.
En todo caso, resulta evidente que ignorar las lecciones de Vietnam, y repetir los errores del pasado, demuestran la poca inteligencia del actual Gobierno Federal americano… y representan un perfecto ejemplo de cómo el hombre es el único animal que se tropieza dos veces con la misma piedra. Aunque, de acuerdo, hay de animales a animales.
Consejo no pedido para sacar bola blanca: vea el documental “Lamento informarle” (Regret to inform, 1998), sobre las huellas que deja la guerra entre quienes más la sufren y menos tienen que ver con ella: las mujeres. Provecho.
Correo:
francisco.amparan@itesm.mx