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De futbol, política y negocios/Animal político

Arturo González González

Dicen que el mundo es un balón donde dios es un gol; su religión, el futbol; los sacerdotes, jugadores, y los templos, los estadios. Pero el futbol es también un gran negocio, una válvula social y un escaparate para los políticos. A veces lo deportivo se pierde en una maraña de intereses.

Y es que el futbol ya no es sólo la loca carrera de 22 individuos detrás de una pelota maltratada en una cancha verde. Hoy es mucho más que eso.

El balompié es el deporte más practicado y visto en todo el orbe. En la mayoría de los países, los niños aprenden primero a patear una pelota que a leer y escribir, y es cada vez menos raro que la primer palabra que pronuncien sea gol.

En todas las escuelas, en todos los barrios, en todas las ciudades, hay un equipo de futbol. Desde la cascarita en la calle, hasta los torneos profesionales de primera división, pasando por las ligas llaneras, el deporte de las patadas lo viven millones de personas. Los conjuntos representativos de las urbes, regiones o naciones despiertan las más exacerbadas pasiones. Tanto en Europa como en América, la lista de anécdotas sobre enfrentamientos entre fanáticos de equipos contrarios es inmensa. Incluso, un partido entre las selecciones de Honduras y El Salvador sirvió de excusa en 1969 para desatar el conflicto bélico conocido como Guerra del Futbol.

La admiración hacia los cracks en algunos países rebasa los límites de lo razonable. Desde la dinastía del rey carioca Pelé, el Santa Maradona priez pour moi y nuestro pequeño orgullo nacional, el príncipe azteca conquistador de España, Hugol; hasta las superestrellas de nuestro tiempo Beckham, Owen, Ronaldo, Totti, Ronaldinho, Figo, Zidane y Ballack, se ha creado un culto a la personalidad de los futbolistas más destacados sólo comparable al de los rock stars, con quienes compiten en popularidad e ingresos multimillonarios.

En los países en vías de desarrollo, como México, saber tocar el balón representa la esperanza para miles de niños y jóvenes -y sus papás- de poder dejar la miseria. Acudir a los estadios cada semana o ver por televisión los juegos se ha convertido en un ritual para los aficionados. Cual moderno espectáculo de gladiadores, los encuentros de balompié representan la catarsis del pueblo que le ayuda a olvidarse por un momento de sus pesares y desahogar toda la tensión acumulada. Sin válvulas de escape como ésta, cualquier nación con grandes desigualdades, como la nuestra, resultaría ingobernable.

Parte indispensable de un análisis de la cultura contemporánea es el futbol, como fenómeno de masas e incluso artístico: escritores, cineastas y artistas plásticos lo han usado como tema para sus creaciones.

Pero detrás de esta adicción convertida casi en religión, hay un poder trasnacional que tiene la forma de un organismo que agrupa a más estados que la propia Organización de las Naciones Unidas: la Federación Internacional de Futbol Asociación. La FIFA regula, decide y controla todo lo que a futbol se refiere en el mundo, incluyendo una impresionante cantidad de recursos económicos que excede, incluso, al Producto Interno Bruto de muchos de los estados asociados.

La gran orgía del balompié es la Copa Mundial, acontecimiento que deja las arcas de la FIFA atiborradas de billetes y le ayuda a mantener durante un mes al planeta prácticamente comiendo de su mano. Durante cuatro años -a veces más- un país se prepara para recibir a las delegaciones de 32 naciones y a millones de hinchas y turistas. En este caso le toca a Alemania, primera potencia económica del Continente Europeo.

Unos cuantos números sobre el Mundial que ahora se desarrolla, son suficientes para darse cuenta de la magnitud de esta fiesta en cuanto a negocio se refiere: casi mil 500 millones de dólares invirtió el anfitrión para mejorar su infraestructura deportiva, sin contar lo gastado en el sector hotelero, restaurantero y de transportes; el comité organizador ejerció un presupuesto de 430 millones de euros; se prevé una derrama por turismo de mil millones de dólares y un crecimiento en el PIB alemán del uno por ciento, es decir, un impacto indirecto de 25 mil millones de dólares; por último, en dos mil 200 millones de dólares se calculan las ganancias de la FIFA por la realización de este campeonato, de los cuales, mil 200 millones son por derechos de transmisión.

A lo anterior hay que sumar los innumerables productos y subproductos de la mercadotecnia en todos los países participantes y no participantes, los patrocinios, promociones, anuncios y demás engendros de la economía de libre mercado.

Debido al enorme poder de convocatoria y a la gigantesca fuerza generadora de dinero, no es extraño que el futbol se convierta también en la tentación de los políticos, quienes se aprovechan de la coyuntura mundialista para ganar las simpatías de los fieles futboleros y motivarlos a que voten por sus proyectos. Y para conseguirlo, no tienen ningún empacho en colgarse de los triunfos de la selección de su país o utilizar las derrotas para golpear, en el caso de la oposición, al Gobierno en turno.

En México, por ejemplo, en plena campaña, los candidatos con mayores posibilidades de ganar la elección del dos de julio buscan parecer cercanos al conjunto nacional o, de plano, identificarse con él o con algunos de los jugadores. De parte del gobierno, se vende la absurda idea de que México puede ser un mejor lugar para vivir si la escuadra tricolor gana el torneo o, en su defecto, hace un buen papel. Entonces, todas las esperanzas del pueblo son depositadas en un puñado de individuos, aunque, a fin de cuentas, todo siga igual después de la fiebre del Mundial. Sirvan de ejemplos Brasil y Argentina, quienes a pesar de ser ganadores de copas, no han logrado salir del subdesarrollo.

Definitivamente, el futbol es hoy muchísimo más que un deporte. Por eso, el gusto o afición por él no debe cegarnos. Hay que disfrutarlo como una parte lúdica de la realidad, pero sin dejarse llevar por las pasiones desenfrenadas, el consumismo, la manipulación o las falsas expectativas.

Correo electrónico: argonzalez@elsiglodetorreon.com.mx

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