Hizo los méritos suficientes para quedarse dentro del grupo de personajes importantes de la Comarca Lagunera.
Y es que desde niño fue un enamorado de su Torreón, éste que ayudó a ser grande e importante en sus cuatro costados.
Luego tendría otro amor, el de su querida esposa Elvirita y a este sentimiento se unió también el de sus hijos.
Al conocer de su partida de este valle rescatamos algunos párrafos de lo que en esta misma columna escribimos el 29 de Agosto de 2004 para decir:
A don Emilio lo conocimos de lejos desde siempre. Algunas veces, por trabajar de pequeños en el departamento de fotograbado, llevamos a formación el clissé del logotipo de sus columnas Noche y Día, Mirajes o Arenillas.
Un día don Antonio de Juambelz nos mandó a cubrir una nota de actividades benéficas que don Emilio encabezaba junto a Donaldo Ramos Clamont y nos enteramos que estaba en muchas tareas donde se buscaba el beneficio para esta comarca.
Con su hijo Emilio tuvimos cercana amistad cuando era estudiante y fuimos conociendo el lado familiar del que considerábamos el más distinguido colaborador de EL SIGLO y el más antiguo.
Y como nos sumamos al nutrido grupo de sus lectores un día nos deleitamos con unos versos suyos dedicados a Mi Ciudad donde entre otras cosas decía:
Esta ciudad en que agonizo a diario
es una maravilla:
la hacen y deshacen diariamente
no sé cuántos presidentes municipales
¿treinta y tantos? La han construido
ni cuántos la han deshecho
pero ella está aquí, ardiente y húmeda
en espera de la fogosidad de sus amantes.
Gustaba de escribirle a sus amigos, aún a los que ya se habían ido, como sus cartas a Rafael del Río y nos deleitábamos con sus crónicas de los viajes que hacía por el mundo.
Con don Arturo Rodríguez Meléndez, que ya también se fue, compartimos en los últimos tiempos muchos gratos momentos y nos deja en muchos escritos la constancia total de sus amores por su esposa, sus hijos y ésta su querida tierra lagunera.
¡Descanse en paz!