Casi todos hemos pasado por riesgos graves, a punto de quitarnos la vida.
En una charla reciente de café, Alejandro Pérez de la Vega, con sus propias palabras, nos narra lo que le ocurrió en los primeros años de su existencia, diciéndonos:
?En 1941, cuando tenía siete años, mi mamá me hizo una camisa de lino blanco, muy bonita. Había en Matamoros, Tamaulipas una línea aérea que se componía de un solo avión que cubría la ruta Matamoros-Monterrey. El avión era muy parecido al Spirit of St. Louis que utilizó Charles Lindberh para atravesar el océano en 1929.
El avión al que me refiero era con pistones radiales y ala arriba.
Sus dueños, los sábados y domingos paseaban a las muchachas más guapas de la ciudad, entre ellas mis hermanas Graciela y Yolanda, y a nosotros, como era natural, también nos subían y nos paseaban por sobre la ciudad.
Cuando me tocaba mi turno, la hélice giraba muy fuerte pues en ese momento acababa de aterrizar. Yo, en lugar de darme la vuelta por la cola del avión me pasé por enfrente de él, dada la emoción que sentía por ir a volar.
La hélice me pegó de rozón y al sentir el golpe me llevé la mano izquierda a la cabeza. En el trayecto de mi brazo hacia arriba la hélice alcanzó a golpearme en el dedo índice, y luego me alcanzó a rozar en el antebrazo izquierdo, dejándome una cicatriz aunque me había cortado solamente la carne pero sin tocar el hueso. Si esto hubiera ocurrido me hubiera arrancado el brazo, pero en ese momento el capitán Rapp, piloto aviador del Ejército Mexicano que se encontraba en el pequeño aeropuerto, pensando muy rápido me derribó y gracias a Dios y a este capitán, que nunca volví a verlo, estoy vivo?.
Alejandro nos mostró su brazo izquierdo en el que efectivamente hay una cicatriz y finalmente nos dijo: ?creo que muy pocas personas han pasado por una experiencia como ésta, y estén vivos para contarla?.
