Saber escuchar.
No lo consideraríamos como un don, sino como una virtud.
Sobre todo en estos tiempos que andamos de prisa y presionados.
Pocos se dan el tiempo y la atención de escuchar a sus semejantes.
En el mismo hogar, los padres en ocasiones no tienen tiempo de escuchar a sus hijos.
Y esto resulta grave.
También ocurre que en muchas escuelas, los maestros no disponen de espacio para atender y escuchar a sus alumnos.
Y es lo mismo en los trabajos.
Y es que muchos, mal organizados y peor capacitados, quedan al frente de grupos familiares, escolares o laborales sin tener la capacidad suficiente para saber escuchar.
Andan de prisa, metidos en sus propios pensamientos y presionados por sus obligaciones.
Del tema se han mostrado hasta espacios televisivos donde se ve a una niña cargando su muñeca y pidiendo ser escuchada, nadie lo hace.
Y volvemos al ejemplo del gran capitán que tuvimos en esta casa. Si alguien entraba a su oficina era la persona más importante pues tenía la seguridad de ser escuchada con gran atención. De él aprendimos esa hermosa lección.
Y nos ha resultado muy satisfactorio y gratificante estar en cualquier parte tratando de escuchar con atención y respeto a nuestros semejantes.
Ocurrió en las escuelas por donde fuimos pasando y en los quehaceres laborales que tuvimos.
Todavía hoy día, cuando platicamos o entrevistamos a alguien lo hacemos con atención y respeto.
Hoy, en este domingo, es tiempo de cambiar de canal y ubicarnos frente a uno que acapare nuestra atención para poder atender mejor lo que ocurre en nuestro entorno.
Es mejor escuchar que hablar sin sentido y razón.
El que sabe escuchar hoy bien, enseñará mañana mejor.