Muy especiales.
Seres que están a nuestro lado desde el principio.
Y otros que van acompañándonos por los caminos de la vida.
Los primeros, son para siempre.
Los segundos, entran pronto a una especie de cedazo donde muchos desaparecen y los más especiales se quedan.
La sangre nos une a los primeros, el sentimiento a los segundos.
En los primeros años, padres, hermanos y familiares nos muestran con la generosidad de su corazón la importancia del vivir. Nos toman de la mano y nos ayudan a dar los primeros pasos, y luego nos sueltan a volar.
Y es cuando aparecen los segundos, en la escuela, en el trabajo, en el sentimiento.
Y todos vamos conformando una lista con nuestros seres especiales, a los que les entregamos nuestro cariño, corazón, sentimiento, confianza y compañía.
Es grande la lista primero, pero va disminuyendo con el tiempo, siendo más triste y dolorosa la ausencia de los del primer grupo, donde están los lazos de la sangre.
Conocemos a mucha gente, tratamos a más, pero de ellos vamos colocando en el cedazo de la vida a los que nos acompañarán en etapas cortas o largas, mismos que irán también conformando nuestra personalidad.
Los lazos de la sangre no se cambian, los del afecto y el sentimiento sufren muchas modificaciones con el transcurso del vivir.
Pero todos tienen determinada importancia en nuestra vida, y unos más, otros menos, dejan algo en nuestra mente y en nuestro corazón, a veces con más intensidad.
En las páginas de nuestra propia historia, los seres especiales tienen una importancia primordial.
Hoy, que aún los conserva, atiéndalos como se merecen, porque un día nos abandonan y no hay forma de regresarlos.
En vida, hermano, en vida.
