Este año, por estas tierras ha caído generosamente.
Y provoca diferentes reacciones.
El amigo poeta acerca su sillón a la ventana y mientras ve caer el agua del cielo empieza a plasmar en el papel sus sentimientos. La lluvia lo inspira y recuerda todo lo que ha vivido al lado de su amada.
El niño llora. Quiere salir a la calle para meterse en el gran charco que ha quedado frente a su casa. Quiere batir el lodo y tener la libertad de tomar la tierra mojada con sus manos y jugar libremente.
A la anciana que teje pensativa, la lluvia la pone nostálgica. Aquellos años de su juventud cuando al lado de su Antonio disfrutaba el agua que baja del cielo, porque a ambos les gustaba tomados de la mano empaparse con el líquido que les enviaba directamente El Señor para que se refrescaran, y olvidaran momentáneamente los tiempos calurosos que reinaban en la Comarca, y así, empapados entraban a la casa para encender la chimenea y platicar sus sueños.
La lluvia es más intensa y muy pronto todo lo inunda. Algunas calles quedan convertidas en ríos por donde ya no se puede circular.
Un pequeño pájaro, todo remojado y muy cansado llega al umbral de una puerta en busca de refugio.
En otro lugar, una familia sufre el temporal. Su casa de cartón quizá no resista más. Esa noche por lo pronto tendrán la compañía de los mosquitos que buscarán refugio y causarán molestias.
Un señor, periódico en mano, dice: Ya una presa, la más grande está a más de la mitad de su capacidad y la otra en más de un tercio.
Más allá de la ciudad, muchos kilómetros al sur, el hombre disfrutará la lluvia que le traerá beneficios a su tierra y a sus sembradíos. Crecen lozanas sus plantas que hoy esconden las flores que venderá en noviembre.
La lluvia, bendita lluvia, sigue golpeando los vidrios de la ventana donde escribimos esto.
