Pese a su edad aquel muchacho era un beato consumado que no salía del templo, y que ya tenía harto al señor cura con sus beaterías. Por principio de cuentas diariamente le pedía que lo confesara, y aquello era un verdadero engorro para el sacerdote. Un día llegó a la iglesia el santurrón muchacho. "Fíjese, padre ?dice-, que Rosibel, esa muchacha guapísima que vive frente a la plaza, me pidió que fuéramos solos y en la noche a pasear por las afueras del pueblo, pero yo no acepté. Triunfó la virtud, padre". Al otro día llega otra vez. "Fíjese, padre, que Susiflor, esa preciosa chica recién llegada al pueblo, me dijo que nos fuéramos al asiento de atrás de su automóvil, pero yo la rechacé. Otra vez triunfó la virtud, padre". A la mañana siguiente ahí estaba el beato joven otra vez. "Fíjese, padre, que doña Frondosia, esa señora tan atractiva que vive sola, me pidió que la visitara en su casa sin testigos, pero yo me negué. Otra vez triunfó la virtud. ¿Qué recompensa cree que recibiré en el cielo?" . "No sé -responde ya harto el señor cura-. Posiblemente algo de paja para que comas, burro"... La señora, algo nerviosa pero muy halagada, le dice a su marido: "No voltees ni vayas a hacer algún escándalo, Poseidón, pero el elegante caballero que está en aquella mesa no me ha quitado la vista ni un momento". "Lo conozco -responde el marido sin dejar de comer-. Es un anticuario"... El agente de seguros le dice al recién casado: "Ahora que ya se casó, joven, debería usted tomar un seguro". "-No lo necesito -responde el muchacho-. Mi mujer no es tan peligrosa"... Comienza la noche de bodas. El flamante marido, hombre fornido y musculoso, dejó caer la elegante bata de baño que lo cubría. Levanta los membrudos brazos, los flexiona para mostrar los bíceps, expande el pecho como Charles Atlas y dice con jactancia a su mujercita: "¡Mira, Rosilí! ¡Noventa kilos de pura dinamita!". Responde ella: "La dinamita no me interesa. Déjame ver la mecha". (No le entendí)... En los años treintas del pasado siglo la cultura oficial puso de moda el desprecio a lo español y la exaltación de nuestra parte indígena. El prurito de destacar la herencia autóctona llegó a alcanzar extremos pintorescos. Al nombre de mi ciudad, Saltillo, se le buscó una etimología náhuatl de tal manera confusa y enredada que causa risa leerla. Todo por no reconocer que la palabra "Saltillo" es voz del castellano que sirve para nombrar un salto de agua pequeñito. En el ?Diccionario de Aztequismos? del señor Robelo se dice que son indigenismos palabras castellanas como "tilde", "apachurrar", y "nana". El término "cogote" lo hace derivar don Cecilio del náhuatl "cocotl", que significa "esófago". Y sin embargo esa palabra, "cogote", figura en el diccionario que Alonso de Palencia publicó en Sevilla dos años antes del descubrimiento de América. Los mexicanos tenemos la fortuna de compartir dos nobilísimos legados: el de España y el de los pueblos indígenas. Menospreciar cualquiera de los dos es agraviar a una de nuestras mitades... A una casa desafinada, es decir, de mala nota, llegó un jactancioso individuo. Se plantó en medio del local, y despojándose de su camisa y camiseta procedió a mostrar su musculatura. "Soy Antero, el Hombre de Acero -dice a las muchachas que ahí estaban-. Miren ustedes: puños de acero; brazos de acero; hombros de acero; cuello de acero; espaldas de acero; cintura de acero; estómago de acero, y todo lo demás de acero también. ¡Conozcan a Antero, el Hombre de Acero!". Todas las chicas se impresionaron, menos una veterana experta en las más variadas lides. Se levantó de la silla, y tomando del brazo al faceto individuo le dice: "Ven conmigo, Antero. Si tú eres el Hombre de Acero yo soy Pandora la Fundidora"... FIN.