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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Un antiguo proverbio francés prescribe: "Noblesse oblige". Nobleza obliga. En su curioso libro Maximes et preceptes, escrito en 1858, el marqués de Levis explicó el verdadero sentido de esa frase, que casi siempre se interpreta mal. En ella la palabra "nobleza" no alude a la de carácter, sino a la de origen. Y esa nobleza no obliga a los demás, sino a quien la posee. Esto significa que un noble, por el solo hecho de serlo, está obligado siempre a actuar según su calidad y condición. Dicho de otra manera, la nobleza obliga a actuar con nobleza. Yo quiero ahora cambiar una palabra de esa sentencia y decir: "Richesse oblige". Riqueza obliga. Creo que los ricos, por haber tenido acceso a los bienes de educación y demás que derivan de una buena posición social, están obligados también a dar un buen ejemplo, a comportarse en tal manera que la comunidad encuentre en ellos un modelo a seguir. Por eso es motivo de inquietud -y de general reprobación- que, como sucede ahora con un lamentable caso en Monterrey, las familias ricas se dividan y separen por meras cuestiones de dinero (como si no tuvieran suficiente quienes por él pelean), y más cuando esas pugnas dejan de ser privadas y se ventilan en los periódicos, con mengua del buen nombre de quienes tienen un apellido prestigioso que cuidar, un ejemplo de honestidad y buena conducta recibido de sus ancestros, y una responsabilidad social a la que deberían hacer honor en vez de faltar a ella por cuestiones de orgullo o de ambición. En estos casos, digo yo, el nombramiento de un amigable componedor o árbitro imparcial, con el compromiso de las dos partes, ante testigos de calidad, de respetar su laudo, puede conseguir más que largos y sórdidos litigios en los tribunales -quienes ganan con ellos son los abogados-, y que la publicación en los periódicos de los episodios de la reyerta, que así se vuelve vergonzosamente pública. Pido disculpas por meter mi cuchara en un asunto que ni me va ni me viene, y que me distrae momentáneamente de mi deber de orientar a la República, pero es que quiero mucho a Monterrey, generosa ciudad de la que tanto bien he recibido, y me duele todo aquello que le causa daño. Pienso que la comunidad regiomontana, por muchos conceptos ejemplar, sufre perjuicio a causa de estos pleitos que contradicen el espíritu de los hombres de empresa de antes -don Eugenio Garza Sada es el primer nombre que a la mente llega-, que no sólo le dieron a Monterrey riqueza material, sino también valores y principios que no se deberían perder... Llegó una gringuita a un hotel de Los Cabos. No hablaba nada de español -ni siquiera conocía la palabra más usada en México: güey-, de modo que sacó un diccionario de frases útiles, lo hojeó, y después de encontrar la frase que buscaba leyó trabajosamente ante el recepcionista: "¿Hay coartos?". "Sí hay" -respondió el encargado. Hojea nuevamente su librito la muchacha y lee: "¿Tienen vista al mar?". "Sí" -contestó el hombre. La visitante da vuelta otra vez a las páginas de su diccionario y leyendo en él pregunta: "¿Cuánto coesta el coarto?". Le informa el individuo: "5 mil pesos la noche". Vuelve a hojear la gringuita su libro, busca con el dedo en una página, encuentra al fin la frase que necesitaba y dice: "Ah ch...; ah ch..."... Los escoceses, ya se sabe, usan una faldita o kilt. El color de la tela cambia según el clan al que pertenece cada uno. Hay un modo seguro de identificar por lo menos a los miembros de uno de esos clanes: si abajo de su kilt el escocés trae una Big, ya se sabrá que pertenece al clan MacDonald?s... La hija soltera de Babalucas le dice, gemebunda: "Papá: voy a tener un bebé". "No te preocupes, hija -la tranquiliza el tonto roque-. A lo mejor ni es tuyo"... FIN.

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