Doña Tebaida Tridua sintió un leve amago de catarro y compró en la farmacia unas pastillas que le recomendaron. Tuvo el cuidado de leer en la cajita la lista de efectos secundarios que podía causar ese medicamento: "Ansiedad, angustia, insomnio, náuseas, mareos, vómitos, espasmos, convulsiones, pérdida parcial o total de la memoria, urticaria, erisipela, bubas, forúnculos, úlceras en el esfínter anoidal, cólera, morbo, malaria, peste negra y, en algunos casos extremos, embarazo, especialmente entre mujeres". Tras de leer esa relación doña Tebaida pensó que era preferible tratar su catarro con remedios naturales - tisanas, cataplasmas de mostaza, sobamientos pectorales con enjundia de gallina-, antes que exponerse a cualquiera de los temibles efectos secundarios de aquel fármaco, sobre todo al embarazo, que afectaría sensiblemente su salud -tiene ya 70 años la señora- y dañaría quizás en forma irreparable su prestigio en la comunidad. Ya le parecía ver su nombre en grandes titulares: "¡Salió preñada la señora Tridua!". Y más abajo: "Hay 2 mil 500 sospechosos". Se recluyó entonces doña Tebaida en sus habitaciones -sólo una tiene para recluírse, pero en estos casos el plural se impone-, y pidió oraciones para ella y para que no salga López Obrador. Aprovecharé la ausencia de la ilustre censora de la moral social y narraré mañana el vitando cuento que por título lleva: "Fumando espero". Ese nombre, lo sé, es el mismo del conocido tango cuya última estrofa se suprime en todas las interpretaciones, no tanto para acortar la pieza, sino por la exaltada sicalipsis que contiene: "... Mi egipcio es especial: / ¡qué olor, señor! / Tras la batalla / en que el amor estalla, / un cigarrillo / es siempre un descansillo. / Y aunque parece / que el cuerpo languidece, / tras la batalla crece / su fuerza y su vigor...". No se pierdan mis cuatro lectores, mañana, la narración de "Fumando espero", uno de los relatos de más subido color en lo que va del año... Óscar Wilde dijo una vez que no es el arte el que imita a la naturaleza, sino ésta la que remeda a aquél. Yo me pregunto si en México la política imita a la lucha libre, o si es la lucha libre la que copia a la política. En el pancracio los luchadores se injurian, se escupen, se golpean, se dan patadas incluso con los pies y se zahieren y hieren en cuantas formas pueden, pero al terminar la función se van todos juntos a la cantina más cercana y beben como lo que son en verdad: amigos, camaradas y cómplices de una farsa que bien conoce el público, pero en la cual, a pesar de eso, participa. En el PRI sucede lo mismo. Antes de aparecer el candidato los aspirantes a serlo se dan hasta con la cubeta; después de salir el elegido todos se abrazan, y aquí nada ha pasado. En eso reside la fuerza del PRI, y en eso también estriba su debilidad. Y no es que eso esté mal: en la política quien es hoy tu amigo será mañana tu enemigo, y viceversa. Lo mismo que pasa en el PRI acontece en los demás partidos. A eso se le llama "disciplina". Pero sucede también que quienes antes eran de un partido, y ven larga la fila que conduce a las diputaciones, senadurías u otra cualquiera chamba, se van a otro donde les dan mejor lugar para formarse. Tal actitud tiene un nombre sonoro y descriptivo: se llama "pancismo", conducta de los que, al margen de toda ideología o dignidad, acomodan su conducta a lo que más conviene para llenarse la barriga. Así es nuestra política, comparada con la cual la lucha libre es ejercicio respetable. Y ya no digo más, porque estoy muy encaboronado. Tengo derecho a estar así: es lunes... FIN.