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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don José García Rodríguez, gran narrador que fue de las cosas de mi ciudad, habló de aquel sujeto que con su compadre puso un expendio de mezcal en la famosa feria de Saltillo. Acordaron los dos que si bebían en su establecimiento pagarían el consumo, a fin de no mermar las ganancias del negocio. Llegaron a prima hora y le pidieron al dependiente dos copas de mezcal. Las bebieron, pagó cada uno su copa y fueron luego a darse una vueltecita por la feria. Regresaron al expendio y pidieron otras dos copas. Cuando el empleado les cobró dijo uno de los temulentos: "Deque la venta". Entregó el dependiente el dinero recaudado -el que ellos mismos habían pagado por las primeras copas que bebieron-, y con ese dinero fue pagada la nueva consumición. Volvieron poco después y se tomaron otras dos copitas. "Deque la venta" -dijo el compadre. Y pagó con el mismo dinero con que antes habían pagado. Y así, de vuelta en vuelta, se acabaron el mezcal. Felices y beodos dieron por concluido su negocio, pues ya no había nada qué vender, y procedieron a repartirse las ganancias: el mismo dinero que pagaron por el primer par de copas que bebieron. Traigo a cuento este cuento porque sucede que en estos días últimos mis paisanos saltilleros me han impartido -como siempre- el santo sacramento de su bondad, por la cual yo sí soy profeta en mi tierra. Los ateneístas, es decir los hijos del glorioso Ateneo Fuente, institución centenaria de Coahuila, me otorgaron el título de Ateneísta Distinguido. Días después la prestigiada Universidad del Valle de México le puso mi nombre a la cabina de radio de su Departamento de Comunicación. Los honores que recibo -y que agradezco desde el más hondo fondo de mi corazón- han hecho nacer en mí un temor extraño que quiero ahora compartir con mis cuatro lectores. Algún día sonará la trompeta del arcángel Gabriel para anunciar el Juicio Final. Confundido entre la muchedumbre me esforzaré en pasar inadvertido; me encogeré, me ocultaré tras un señor muy gordo; pero no escaparé a la mirada del Supremo Juez, que con tonante voz me llamará para que comparezca ante Él. Confuso, aturrullado, escucharé la pública lectura que hará San Pedro de mis culpas, defectos y pecados, lo cual será como leer completo el directorio telefónico de Nueva York. Entonces sí mis paisanos, y toda la buena gente y las instituciones que me han otorgado distinciones, me conocerán tal como soy, y al conocerme se arrepentirán de haberme reconocido. Me dirán: "Deque mi diploma"; "Deque mi Lince de Oro", "Deque mi doctorado honoris causa"... Y yo tendré que pedirle permiso al Justo Juez para ir a mi casa a traer todos esos preciados trofeos y devolverlos. Eso sucederá, seguramente, pero entretanto séame permitido conservar los reconocimientos, no como testimonio de lo que hecho, sino como recordatorio de lo que debo hacer en el futuro para merecer la bondad generosa de mi prójimo... La señorita Himenia Camafría tenía un canario, y se le murió. Pesarosa le contó a su vecina: "Se me murió mi pajarito". Le dice la vecina: "Déjeme llamar a mi marido. Usted y él son compañeros del mismo dolor"... ¿Cuál es la diferencia entre caerte del primer piso de un edificio y caerte del piso 100? Si te caes del primer piso se oye: "¡Cuaz! ¡Ay!". Si te caes del piso 100 se oye: "¡Aaaaaaaaaaaaay! ¡Cuaz!"... Le comenta un señor a su compadre: "Mi mujer está practicando no sé qué extraña disciplina, y me dijo que sólo me dará una noche de sexo a la semana". "Eso no es nada, compadre -replica el otro-. A mí me dijo que ninguna"... Rosilita, equivalente femenino de Pepito, es aún más pícara que él. Un día Pepito le dijo: "Si me adivinas qué traigo en la mano te la enseñaré". Contesta Rosilita: "Si es lo que pienso, y te cabe en la mano, no me interesa"...

FIN.

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