Me preocupa que la elección presidencial haya coincidido con la celebración del segundo centenario del nacimiento -en este caso se debe decir "natalicio"- de don Benito Juárez. Tal coincidencia puede prestarse a revivir polémicas que ya tienen olor de naftalina, como el reciente match de fundamenta-lismos que hace unos días presenciamos. También puede servir para que alguno de los candidatos se apodere de la figura del patricio y la haga ondear como bandera propia. Esa quizá fue la intención de López Obrador cuando inició su campaña en Guelatao, tras de que el poco listo alcalde del lugar hizo quitar los adoquines de la plaza para estorbar el mitin del aspirante perredista. Será difícil, sin embargo, encontrar coincidencias entre el proyecto juarista y el de AMLO. Juárez iba con la corriente de la historia; su ideología estaba fincada en la modernidad, en las tesis novísimas que llegaban de los Estados Unidos y de Europa, las del liberalismo. Las posiciones de López Obrador, en cambio, van a contrapelo de las actuales tendencias de un mundo en creciente proceso de globalización, fincado en el libre mercado y en el acotamiento del Estado como factor de influencia decisiva en los movimientos económicos. El pensamiento de Juárez era renovador, por eso chocó violentamente con las ideas, las instituciones, y aun con el México de su tiempo. Las posturas de López Obrador, en cambio, nos remiten a una época pasada, a tesis y actitudes que desdicen del credo liberal moderno, basado en la actitud democrática, el respeto a la libertad del individuo por encima del poder estatal, la transparencia en la conducta de los gobernantes, su apego al orden jurídico y el rechazo de toda forma de violencia como método de acción política. Así las cosas mal puede López Obrador comparar su ideario y su programa, que en muchos modos representan una vuelta al pasado, con la reforma juarista, modernizadora y acorde con las últimas tendencias económicas y políticas de su época. Tampoco, ciertamente, podría Felipe Calderón subir al carro alegórico del bicentenario, so riesgo de ser tachado de hipocresía. Madrazo, por su parte, que bien pudo como abanderado del PRI recoger la tradición del liberalismo, administrada por su partido durante muchos años, tampoco puede apropiarse de la celebración, pues ha caído en tales extremos de corrupción, y es tan grande su desprestigio personal, que en labios suyos el discurso juarista sonaría a ludibrio. Lo mejor es evitar que este fasto se contamine de política. Esperemos entonces que la celebración no sirva de pretexto a nadie para llevar agua a su molino, y menos aun para resucitar agravios que están bien muertos ya, y bien sepultados... Una vez que he cumplido mi función de orientar a la República puedo ya, sin mengua de seguir impartiendo las moniciones que exija el bien común, dar libre curso a una historietilla que aligere la gravedad de los asuntos públicos y nos ayude a transitar por la calígine del lunes, gravoso día en el cual hasta las gallinas parecen resistirse a entregar su albo producto. Lean mis cuatro lectores ese cuento de color subido. Las personas con escrúpulos morales sáltense hasta donde dice "FIN"... Tres hombres, uno de ellos mexicano, fueron a cierta casa de mala nota en Nueva York. Les dijeron que ahí se cobraba por medida. Salió el primer hombre y dijo que había pagado 80 dólares. "Mido ocho -dijo-. A razón de 10 dólares, 80". Salió el segundo. "Pagué 70 dólares -dijo-. Mido siete. Por 10, 70 dólares". Sale el mexicano: "Pagué 20 dólares" -declara. "¡Mides dos nada más!" -se burlan los amigos. "No -replica el mexicano-. Lo que pasa es que ustedes pagaron a la entrada, y yo a la salida"... (No le entendí)... FIN.