A la prima Celia Rima, versificadora de ocasión, se le ocurrió este epigrama a propósito del presidente Fox, que comparó a las mujeres con "lavadoras de dos patas". Dice así la picante redondilla: "Cuando se pone a hacer teatro / incurre Fox en exceso. / La verdad, al decir eso / parece que andaba en cuatro". Acierta en su crítica la prima Celia, pero pedirle sindéresis - discreción o buen sentido- al Presidente es como pedir que se quede el infinito sin estrellas o que pierda el ancho mar su inmensidad. Fox tiene menos letras que las de su apellido, y esa falta sólo se puede suplir con el valioso don de la prudencia, más una buena dosis de silencio, virtudes ambas que el señor no tiene. Desde luego la cultura no es requisito constitucional para ocupar la Presidencia, pero quien la ejerce debe cuidar siempre sus palabras, sobre todo cuando las improvisa, por el efecto que pueden producir. En el caso de Fox, me temo que mientras siga hablando va a seguir errando, pues -en los términos de la conocida frase salmantina- lo que la lectura no da la Presidencia no presta. Nunca hay malicia en las palabras de Vicente Fox; es persona de buen natural y sana intención. Pero su ruda franqueza y desparpajo de hombre sin libros lo hacen caer en dislates que a algunos irritan y causan escozor, como éste por el cual con sobrada razón protestaron diversos grupos de mujeres. En los meses finales de su administración el Presidente debería llevar la fiesta en paz, y no alborotar avisperos con manifestaciones que a más de ser innecesarias y carecen de ingenio y adolecen también de indiscreción... Una mujer acudió al consultorio del pediatra. Llevaba en los brazos un bebé. "Lo veo muy flaquito, doctor" -dice al facultativo. Pregunta éste: "El bebé ¿toma leche materna o biberón?". "Leche materna" -responde la mujer. "Desnúdese de la cintura para arriba" -pide el galeno. La mujer obedece con celeridad, y el médico procede a auscultarle los senos exhaustivamente, palpándolos y oprimiéndolos con ambas manos, ya en forma suave, ya en modo vigoroso. Al terminar su detenido examen dice: "Me explico la desnutrición del pequeñito. No tiene usted nada de leche". Responde Himenia Camafría, madura señorita soltera, quien era la que había llegado con el bebé: "Es que no soy la madre; soy la tía. Pero me alegro mucho de haberlo traído yo"... Le pregunta un encuestador a Babalucas: "Si usted pudiera escoger cualquier personaje, vivo o muerto, para tener con él una conversación ¿a quién escogería?". "Al vivo" -responde sin dudar el badulaque... Madano Dirto, joven incivil, no estaba en buenas relaciones con el agua. Espaciaba las ocasiones de bañarse; decía aquello de "La corteza guarda el palo", y que prefería que la gente dijera: "Ahí va el puerco de Dirto" y no: "Ahí va el cuerpo de Dirto". Cumplió años Madano, y su novia le hizo un regalito. "Es algo para tu cuello" -le dijo. Pregunta con ilusión el guarro cochambroso: "¿Una corbata? ¿Una bufanda?". "No -responde la muchacha-. Un jabón"... Se casó el señor Calvínez, predicador, con una de las hermanas de su congregación. Al empezar la noche de bodas el reverendo decidió tomar una ducha. Cuando salió del baño encontró a su desposada en el tálamo nupcial, sin nada encima -ni siquiera el consabido vaporoso negligé- y en la lúbrica actitud despatarrada de quien conoce el ars amandi que dijera Ovidio. El pastor se quedó estupefacto al ver lo que sus ojos le mostraron. No suponía en su mujer aquella disposición libidinosa, había pensado que la encontraría recitando sus oraciones de la noche. Le dijo, pues, con tono de reproche: "Mi vida: yo esperaba verte de rodillas". "No -contesta la recién casada-. Así me da hipo"... FIN.