Decía un pobre tipo: "En cuestión de sexo tengo tan mala suerte que en mi caso un ménage à trois estaría formado por dos dolores de cabeza y yo"... Don Ricordo paseaba con su nieto por el campo. Fija la mirada en el horizonte y empieza a memorar: "Aquí venía con mi abuelo. Tenía yo tu edad, y él la que yo tengo ahora. Recuerdo aquellos crepúsculos dorados: aquellos árboles de otoño; aquella luna cuyos primeros rayos se confundían con los últimos del sol...". En ese momento le acometieron al anciano las ganas de hacer una necesidad menor, y se volvió de espaldas para desahogarla. Mientras lo hacía dice con voz triste: "Todo está volviendo a mí". "¿Los recuerdos, abuelo?" -pregunta el nieto, emocionado. "No -precisa don Ricordo-. Me puse a hacer esto contra el viento, y todo está volviendo a mí"... Murió la esposa del famoso actor. En la funeraria el viudo gemía desgarradoramente y se mesaba los cabellos con desesperación. Le dice conmovido un compañero: "Caramba, Laurencio: se ve que sientes mucho la pérdida de tu mujer". Responde el famoso actor al tiempo que suspendía su llorera: "Y esto es nada más el ensayo. Espera a verme en el panteón"... Se celebraba un juicio, y doña Chalina iba a servir de testigo. Le pregunta el fiscal: "Diga usted a los miembros del jurado si me conoce". "Claro que te conozco -responde sin vacilar doña Chalina-. Fuiste mi alumno en la primaria, y francamente me has decepcionado. Falsificaste tu título profesional; compraste tu nombramiento, y sé que engañas a tu mujer". El fiscal, lleno de confusión, acierta sólo a preguntar de nuevo: "Y ¿conoce usted al abogado defensor?". "También fue mi alumno -contesta doña Chalina-, y también ha sido un gran desencanto para mí. Es un abogado mediocre, estafa siempre a sus clientes, y además se emborracha todas las noches en su casa". En ese punto el juez llama apresuradamente al fiscal y al defensor y les dice: "Si a cualquiera de ustedes se le ocurre preguntarle si me conoce a mí, lo multaré por desacato a la corte"... Ella a él, ruborosa: "Apaga la luz. Me da vergüenza". Él a ella, asombrado: "¡Pero si fue tuya la idea de organizar la orgía!"... El reloj marcaba las 2 de la mañana. El cantinero había cerrado ya, y se disponía a hacer corte de caja. En eso oyó unos golpecitos en la puerta. La abrió y no vio a nadie. Volvió a cerrar, pero los golpecitos sonaron otra vez. Abrió de nuevo, y lo que vio lo dejó estupefacto: la que llamaba era una tortuga. Pide con voz débil el quelonio: "Me da una cerveza, por favor". Responde el tabernero: "Ya está cerrado". Y así diciendo le da con la puerta en las narices. Se oyen otra vez los golpecitos en la puerta. La abre el de la cantina, y de nueva cuenta pide la tortuga: "Me da una cerveza, por favor". "¡Son las 2 de la mañana! -profiere con enojo el cantinero-. ¡Ya no se sirve a nadie!". Y dio otro portazo. Otra vez los golpecitos en la puerta. Perdida toda paciencia abre el cantinero y le propina a la tortuguita una patada tan fuerte que la lanza a 20 ó 30 metros de distancia. Seguidamente se va a su casa. Pasaron dos meses. Una noche de tantas se oyeron unos golpecitos en la puerta de la taberna. Abrió el cantinero. Ahí estaba la tortuguita. Le pregunta al tipo con tono de reproche: "¿Por qué hizo usted eso?"... La turista le dice al escocés que lucía su tradicional kilt: "Siempre he querido saber qué llevan ustedes abajo de sus falditas". Responde el hombre: "Señora: la práctica le dirá más que la teoría. Présteme usted su mano por favor"... FIN.