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De Política y Cosas Peores

Catón

Hoy es Día del Amor y la Amistad. No voy a profanar la fecha -por más comercial que sea- hablando de política. Mejor narraré dos cuentos que ilustran los extremos a que puede llevar esa extraña pasión llamada amor, que todos hemos sentido alguna vez y que nadie ha sido capaz nunca de explicar... Un tipo se quejó con su amigo de que el acto amatorio con su esposa se había vuelto aburrido, rutinario, cosa de mero trámite. "Cuando lo hacemos -dice- duramos a lo más cinco minutos". Comenta el otro con orgullo: En cambio mi mujer y yo duramos una hora". "¡Una hora! -se admira el primero-. ¿Cómo le hacen?". Explica el amigo: "Juego con ella al doctor". "¿Al doctor? -repite el tipo sin entender-. ¿Cómo es eso?". Responde el otro: "La tengo esperando 58 minutos, y luego la despacho en dos"... La señora entró en el baño y lo que vio casi la hizo venir al suelo privada de conocimiento: su marido estaba atando un cinturón al tubo de la ducha, y se disponía a ahorcarse con él. "¿Qué haces, Birjano?" -le preguntó con voz de espanto. "¡Estoy desesperado! -gime el hombre-. ¡Perdí 50 mil pesos en el póquer, y los mafiosos amenazan con matarme si no les entrego mañana mismo ese dinero!". "¡Lacerada de mí! -clama la esposa-. ¡Debí hacerle caso a mi mamá, que me aconsejaba casarme con Buster Piton. Él sí tenía cara de palo; no se ponía a dar brincos de gusto cuando le tocaba una buena mano en el póquer, ni se echaba a llorar si le repartían malas cartas, como tú". "No tengo la culpa de ser tan expresivo -se defiende el esposo-. Aunque quizá te asista la razón: debí haberme dedicado a la declamación, no al póquer. En fin, lo hecho hecho está. Hazte a un ladito, por favor, no vaya a darte una patada". "¡Alto! -lo detiene la señora-. El cinto se puede reventar, y es el único que tienes decentito. Además no creo que el tubo te resista, con eso de que subiste de peso por las fiestas. Meditemos mejor qué podemos hacer para juntar ese dinero". Meditó el tipo dos segundos y enseguida dijo: "Lo único que se me ocurre es que vayamos los dos de puerta en puerta ofreciendo tu cuerpo a los jóvenes ejecutivos que viven en el edificio. Todavía estás de mediano ver y regular tocar, y creo que no sufrirías un desaire". "¿¡Qué dices, mal hombre?! -clama la esposa en furia paroxística-. ¿Soy acaso vulgar mercadería para salir así a la venta? ¿Por quién me tomas, desdichado? ¿Por una lavadora de dos patas? Sábete que tengo mi dignidad, menguado, para no hablar de la decencia que siempre ha sido honor de mi familia, con excepción de la tía Friné, lo reconozco. Si tú no tienes virtud yo si la tengo, y en la parte donde más se necesita, para que te lo sepas". Y así diciendo la señora se echó a llorar por la tremenda ofensa. "Vamos, vamos" -dice el marido. "¿Me quieres consolar?" -se anima ella. "No -aclara el individuo-. Vamos, vamos. Quiero decir ándale; no se nos haga tarde para el recorrido". Resignada, la señora vistió convenientemente para la ocasión, y empezaron a llamar puerta por puerta ofreciendo los servicios de ella a los jóvenes inquilinos. Ninguno de ellos rechazó la oferta, pues todos tenían los rijos de la juventud, y la señora -como con gran sentido de la justicia reconoció su esposo- tenía aún lo suyo. Tan bien les fue que a la caída de la tarde habían ya juntado los 50 mil pesos del adeudo. "Hemos terminado -declara el individuo-. Ya tengo ese dinero; estoy salvado. Perdona, esposa mía, si te sometí a esta vergonzosa indignidad, pero iba mi vida de por medio, y además a la noche hay jugada. Volvamos a la casa, cielo mío, para que reposes tu fatiga". "¡Ah no!" -protesta la señora-. ¡Apenas llevamos la mitad del primer piso! ¡Todavía nos falta la otra mitad, más el segundo y el tercero!"... FIN.

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