Muy raras veces aparece aquí el ruido de carácter onomatopéyico llamado "trompetilla", usado en esta columneja a modo de crítica a quien incurre en actos reprochables. (Entre paréntesis, es una pena que la Academia de la Lengua, que tan generosa se mostró en la última edición de su diccionario al admitir un elevado número de mexicanismos, no haya acogido ese vocablo: "trompetilla", en la acepción de chocarrero ruido que se hace con la boca, a imitación de una ventosidad o cuesco, para mostrar desdén o burla). Andrés Manuel López Obrador merece una sonora pedorreta por rehuir el debate con los otros candidatos a la Presidencia. Únicamente, como quien otorga una graciosa dádiva desde su Olimpo personal, accedió a conceder su presencia en uno de los varios debates programados. Sus personeros alegan como causa de esa negativa la ventaja que AMLO tiene en la carrera electoral. Aducen que quien lleva esa ventaja no tiene por qué arriesgarla enfrentando a sus adversarios en un debate público. Yo digo que esa ventaja no conlleva privilegio alguno. Por encima de toda estrategia o artimaña de política está el derecho que los ciudadanos tienen a conocer con claridad el pensamiento de los candidatos. López Obrador ha mostrado una tendencia muy marcada a ocultar o disimular su ideología, y ha sido también contradictorio en sus expresiones y actitudes. Por ejemplo, primero se niega a dialogar con los empresarios por considerar que todos son "empanizados" y luego, metida ya esa pata, intenta sacarla prodigando expresiones para tranquilizar a los hombres del dinero. Por otra parte la ventaja que todavía tiene López Obrador no es resultado de esta campaña, sino de la que desde años antes empezó. En efecto, como jefe de Gobierno del Distrito Federal usó fondos públicos para promover su imagen y hacerse de una clientela electoral, especialmente de adultos mayores, al regalar a diestra y a siniestra el dinero del erario. De ahí, y de su larga exposición en los medios, proviene su ventaja, no tanto de su desempeño en la campaña actual. La participación de los candidatos en los debates no debe ser optativa, ni depender del libre arbitrio o capricho de quienes participan en la contienda electoral. Los debates son instrumento de gran utilidad para contrastar las ideas de los candidatos, sus aptitudes políticas, sus respectivas personalidades y sus posiciones ante los asuntos de diversa índole que interesan a la comunidad. Deberían ser objeto de legislación y supervisión por parte de la autoridad electoral. Es reprobable la negativa de López Obrador a debatir, entre otras razones porque es muy dado a hacer menciones burlonas o denostosas de sus adversarios. Lo que hace en ausencia de los aludidos debe hacerlo también en su presencia, y no rehuir el debate con ellos ni conculcar, usando argumentos especiosos, el derecho de los ciudadanos a fundar su voto con pleno conocimiento de los candidatos. Rehuir estos debates hace que AMLO aparezca como político ventajoso y marrullero. Por lo anteriormente expuesto he aquí la anunciada trompetilla dedicada al escurridizo -al fin peje- López Obrador: ¡Ptrrrrrrrrrrrrrrrr!... Bill Clinton fue a confesarse con el Cardenal de Nueva York. Le pregunta el jerarca: "¿Cuál es tu pecado?". Contesta el ex Presidente: "Engañé a mi esposa". Inquiere el cardenal: "¿Cuál es tu nombre?". "Bill Clinton". Le pide el dignatario: "Ponte de rodillas ante mí para darte la absolución". En seguida llega una mujer. Le dice el cardenal: "¿Cuál es tu culpa?". Contesta la recién llegada: "Ayudé a un hombre a engañar a su mujer". Pregunta el purpurado: "¿Cuál es tu nombre?". Responde la mujer: "Mónica Lewinsky". "Mmm -vacila el cardenal-. Creo que a ti la absolución te la daré de pie"... (No le entendí)... FIN.