Las jacarandas estaban florecidas, y florecida también estaba la ciudad. Era domingo, y el aire de la Capital tenía tibiezas de mujer madura. El cielo de las 4 de la tarde parecía obra de don José María Velasco. A esa hora llegué al Palacio de Minería a presentar mi libro "Subibaja", sacado a luz por Diana, mi queridísima casa editorial. Ahora díganme ustedes por favor qué hay más allá de "emocionado", "asombrado", "confuso", "agradecido" y otros vocablos de similar jaez que sirvan para expresar lo mismo gratitud que miedo de no merecer lo recibido. Pues he aquí que desde que subí los peldaños de la leve escalera labrada por Tolsá con aire, espuma o vuelo de alas, la gente que hacía fila para ingresar en el Salón de Actos me recibió con un aplauso cálido. El bellísimo recinto se colmó, y hube de sufrir la pena de mirar que, llenos ya todos los asientos, todavía entró más gente, aun a sabiendas de que el único sitio donde se podría sentar sería en el suelo. ¡Y qué público tan afectuoso y expresivo! Quise agradecer todo eso, pero aturrullado por tanta generosidad no acerté más que a dejar el micrófono sobre la mesa y dar un aplauso yo al público, en vez de que el público me lo diera a mí. Ojalá cada uno de quienes ahí estuvieron; los que me dijeron cosas lindas y conmigo se quisieron retratar; aquéllos que me entregaron cartas y recados, todos, sepan con cuánta unción recibí ese santo sacramento de bondad humana que mis cuatro lectores, por la gracia de Dios multiplicados, me impartieron. Como ahí no les pude decir eso se los escribo ahora aquí, pues otro espacio no tengo ni otro modo de pronunciar mi gratitud. ¡Gracias a todos los que por haber estado ahí ya están ahora en mí!... El barrio del Ojo de Agua es el más tradicional y antiguo de Saltillo. Por sus calles fluye todavía el salto de agua pequeñito que dio su nombre a mi ciudad, y en él vieron la luz saltillenses de mucho timbre y nota, como don Pancho Gámez, llamado "La gallina", gran maestre de los matachines del Santo Cristo de la Capilla, cazador y vendedor de pájaros, y en tal carácter -según rezaba su tarjeta de presentación- "Secretario General del Sindicato Nacional de Captores y Expendedores de Aves Canoras, de Ornato y Similares de la República Mexicana". También era del Ojo de Agua un legendario púgil, Otilio "El Zurdo" Galván, quien fue campeón nacional de peso mosca y que en combate épico cuyo aniversario Saltillo festeja todavía noqueó técnicamente a José "El Toluco" López, peso gallo. La gente llevó al Zurdito a hombros desde el lugar de la pelea hasta su casa. Para eso tuvo que atravesar toda la ciudad, y de subida. En tiempos de antes el juez del Ojo de Agua era el tío Camacho, una especie de Sancho Panza en Barataria. Diré la historia de una de sus célebres sentencias. Dos hermanos, gemelos idénticos y casados ambos, fueron a la guerra del francés. Uno perdió la vida, el otro la memoria, de modo que cuando el sobreviviente regresó nadie sabía de cuál de las dos mujeres era esposo. Ambas lo reclamaron como suyo, y acompañadas por sus respectivas madres fueron con el tío Camacho a fin de que dijera a cuál pertenecía. Hizo el tío lo mismo que Salomón: dictaminó que el hombre fuera partido en dos, y que cada mitad se entregara a una de las mujeres. La madre de una de ellas se afligió. "¡Pobre muchacho! -exclamó transida de piedad-. ¡Prefiero que mi hija quede viuda, y no que quiten la vida al desdichado joven!". La madre de la otra, en cambio, imprecó llena de saña y de furor: "¡Sí, sí, mátenlo! ¡Partan en dos a ese inútil! ¡No sé por qué mi hija se casó con él, si siempre le dije que no servía para nada! ¡Pártanlo, sí! ¡Con eso quedaré más que contenta!". Sentenció entonces el tío Camacho: "Entreguen el hombre a la hija de esta mujer. Sin lugar a dudas es la suegra"... FIN.
